domingo, 14 de septiembre de 2008

MILAGRO


MILAGRO

Quise verte y aquí estoy. Vine a saludarte, pasé por el pueblo y me dije... tanto llanto, tanta angustia por tu ausencia, tanta soledad de sonrisas y ansiedades.
Y ese silencio perenne entre nosotros, esos ojos cerrados al recuerdo, al olvido, al despertar. Esa lágrima perpetua, inmutable en el rostro de sombras sin regreso. Esa mueca de tristeza al pasar, como quien por un momento rememora el agridulce de una niñez sin caricias, sin juguetes simples, y con un manotazo de vida tumultuosa las arranca para afuera, para siempre, mientras por dentro la marca se agiganta de repente un poco más.
Quise contemplar tu figura en las imágenes. Esa que preocupaba tu aleteo de marzo y nunca llegó un octubre que la supiera dibujar. Porque la mano majestuosa guiaba tu bosquejo hacia otro caudal. Porque tu mente tirana no se fijaba en el libre albedrío, los pájaros de seda y tantas cosas más. Cómo tolerás ahora tus noches sin whisky, sin tabaco importado, sin cuentakilómetros tocando la qué-se-yo, cómo te sentís ahora? Ni el Polaco ladrando su fascinante estirpe, ni The Spiders, te acordás, gesticulando monótonos en esa noche de baile con la luna en su apogeo. Y esa Polonesa Heroica, y ese Sueño de Amor que no acunaste nunca, ni por una noche de madrugada que te arrebató los sueños.
Nunca pensé poder mirarte por tanto tiempo, abigarrados los ojos con tanto recuerdo, agazapado el silencio entre tanto desconcierto.
(Por Dios, no te quedes así, no llores, no quiero verte triste).
Nunca imaginé este milagro insatisfecho.
Este contarte tantas cosas de éste, tu mundo amado y tantas veces aborrecido. De ésta tu gente conocida, de tantas islas que eran también la tuya y la mía en un chocar de planetas en este arrebol duradero, inacabable.
Porque, lo sé, tu vida durará siempre, hasta que la mente herida en el pensamiento lejano derrame sobre tu esencia la última gota de tu sangre acontecida de recuerdos.
Nunca creí que al mirarte, tus ojos en duelo me devolvieran, por milagro, tu nombre completo.
(Te acordás, nunca te gustó decir el segundo, era feo)
Y dos fechas: una rebozante y la otra, por milagro, de hielo.
Como tus ojos que me daban miedo. Que pensaras que mucho me detenía en tu vista o que pasaba demasiado en vuelo.
Como la vida y la muerte.
Como el horizonte que alcanzaste con el cosquilleo impalpable de esta ansiedad tuya de vivir pronto o de no morirte nunca, no se.
Pero fijate. Estar así ahora, por milagro, a dos meses de no verte más, o a no-se-cuanto-tiempo de no volverte a ver.
Hablando de todo sin conversar de nada. Queriendo reír por tu viaje y alcanzando tan sólo una tristeza inocua de no poder saludarte sin que me preguntes por qué.
Como aquél septiembre, en aquél baile de estudiantes, cuando yo festejaba mi egreso y vos tu décimo aniversario de egresado. Con Pintura Fresca y ese Orgullosa Mary que acomodaste para mí porque no te saludaba más. Ahora te saludo. Por esa y por tantas otras veces que mi espíritu te estrechaba esa mano que ahora me preocupa cómo estará, pero que mi actitud pobre no dejó entrever siquiera.
Por qué tanto orgullo?
Por qué no te miré antes, cuando podías verme, cuando tal vez tu amor propio lo necesitaba.
Quién sabe si estará satisfecho ahora...
Me llega tu voz desde una caverna quieta y silenciosa que hace más inquietante la risa sórdida de tu ausencia.
Esa risa que no se me irá nunca, aunque la carcajada del mundo intente aplacarla.
Qué pasó...?
Se que estás ahí contra tu voluntad.
Me bastó un milagro para comprenderlo.
Se que ese que no querías tu Dios te ganó la batalla contra los treinta que te empeñaste en exprimir hasta el último segundo.
Pero por qué?
POR QUÉ?
Mil y una vez, P O R Q U É?
Con esas ganas de robarle a la vida lo que ella te robó
Te resignarás al basta? O retorcerás los brazos del destino como una cruz esvástica, esa que quedó entre los huesos inertes de tan injusto arrebato?
Esperá.
No digas nada.
Callate.
Vuelvo mañana.
Están sonando unas campanas, las oís?
Me olvidé, sabés?
Por milagro de esas campanas, se me encarniza la angustia y me oprime la garganta.
Olvidé que el cementerio cierra a las siete, y no me alcanzó el milagro para quedarme sin lágrimas, sin milagro, sin su mirada, sin, sin palabras.
Nada.-

TENGO GANAS

Tengo ganas
de quedarme inmóvil
contemplando el mundo
desde algún lugar.
París, California,
Marbella, La Quiaca,
Sarmiento, Las Parvas,
Rusia o Senegal.
Oir de repente la voz de mi hijo
gritando ¡Mamá!
Volver del recuerdo con alma de alondra.
Asir en el viento
perfume de albahacas,
ruidos de marsupias,
rumor de hojarasca pisada con pausa,
sendero de plátano de ocre otoñal.
Mirar a lo lejos
que llueve en el monte;
se pierde en silencio el olor en el aire,
la gota en la tierra,
la savia en el brote,
el rubor en la brisa,
la mirada en el hombre,
las ganas de todo y la nada en el borde.
Abismos de dudas,
preguntas sin rumbo,
silencios y noches,
mañanas sin nombres.
Naturaleza muerta en las retinas,
paisajes desteñidos de añoranza.
Querer decirlo todo en la mirada,
vagar como un autómata entre niebla
y fantasmas cuchicheantes, y nudos y
gargantas.
Sonrisa que se vuela por los ojos,
palabras que no saben adularla.
Sabor a conocido entre los párpados
que el sueño traiciona en madrugadas.
El canto de sirenas en las almas,
voces ignotas de alabanza.
Buscar incontenida las respuestas
sabiendo que -quién sabe?- no hay palabras.-

TE RECUERDO


Te recuerdo sin quererlo.
Tal vez, porque hace poco que te viera.
Tal vez, porque me fui sin darme vuelta.
Y tu imagen se mezcla en el olvido con aromas fueguinos en el beso.
Con fulgores que rompen la añoranza, dejándome tan sólo un leve espectro.
No te extraño.
No podría extrañar lo que es del viento.
Lo que en ráfaga de un instante enceguecido, bailotea sin prisa en el silencio.
Lo que encendiendo un minuto nuestra vida, no deja huella, ni cenizas, ni desvelos.
Pero te recuerdo.
Y eso es importante.
Pues me llena la alforja de sentires.
Pues rebosa mi sentir en sentimientos.
Y te veo, y renuevo tu sombra entre mi cuerpo, y resopla la mente en el recuerdo.
Sos lo ido, lo pretérito, lo yerto.
La brisa que no hiere en un encuentro.
El fuego que no arde en un lamento.
Por eso hoy me acuerdo de aquel remoto hormiguero, que se llenó de deseos en el fondo de lo nuestro.
Lo nuestro… que en vos fuera materia y en mí solo un encuentro.
Que unió dos cosas nuevas, gastada como el tiempo.
El alma en un escape de lo obsceno; el cuerpo en el huir de un audaz vuelo.
Hacia el encuentro del presente.
Hacia el pasado de lo ausente.
Hacia el nombrarte sin recuerdos.
Sin tristeza.
Sin oscuras consecuencias.
Sin jamás, sin nunca, sin de nuevo.
Como la nube que desfleca sus espumas, en el lánguido existir del firmamento.
Y se escapa de las manos del presente, pues su rumbo es devorar el derrotero.
Y después, nada más, el azul cielo.
Sin las nubes, ni tus manos, ni tu beso.
Sin madrugada en un abrazo, sin palabras de silencio, sin testigo mudo de ese árbol que nos viera.
Sin mi cabeza en tu pecho, sin mi temor por lo hecho, sin tu quizá que se mezcló con los destellos de un amanecer a otra vida, de un nacer a otro elemento.
Fue tan sólo un beso. Pero te filtraste en el suspiro sin quererlo. Y hoy te recuerdo.
Tan sólo por eso.
Tan sólo?
Quizá te estoy debiendo… el ser de otra manera.
El sentir sin estar queriendo.
El brotar sin temblor ni ensueño.
Todo eso te estoy dando.
Porque te pertenece.
Porque vos lo hiciste sin preguntas.
Porque fue tu obra sin quererlo.
Hoy te lo devuelvo.
Con esto.
Con mi recuerdo…


12/8/71

VESTIMENTA DE SOLDADO




La muerte con vestimenta
de soldado
golpeó a la puerta
cerca del mediodía.
Era un martes
y el frío de agosto
era un instante
de hielo y de fogones
encendidos.
Quién sos? Le preguntó
asustado,
creyendo conocerla
de antemano.
No contestó. Sólo su aliento
sintió
cerca del rostro
cerró los ojos,
y le tendió su mano.
La muerte lo miró
muy lentamente
tomó un tizón
y lo acercó
a la hornalla
henchido su pecho
sopló con ansias de fuego
y hojarasca.
La chispa no ha durado,
se dijo muy solemne
habré de vestirme
de otro modo.
soldado que soy
en estas lides
no puedo conformarme
con harapos.
Nadie sabe de mí
más que los miedos
yo paso como un fuego
fatuo y me llevo conmigo
lo que quiero.

VOLVER A CREER

Quiero volver a creer
que la vida no es sólo un hoy
Que es el hoy de cada día
envolviéndose
en un siempre.
En un crecer para dentro
con la luz que crece
fuera.
Quiero deshilar la luz
y tejer con hojas secas
la presencia presurosa
en las manos
de la nada.
Y vivir sin luz, sin día,
sin mañana,
sin de nuevo.
Simplemente
decir vida
y creer.-
9-VI-75

LA MENTE EN BLANCO Y LA PIRÁMIDE


LA MENTE EN BLANCO Y LA PIRAMIDE



Judith estaba con su amiga. La de la mente en blanco. Venían caminando por una casa grande, algo así como una escuela antigua, con un patio central donde confluían todos los salones. La amiga le decía algo insistentemente. Pero Judith seguía ensimismada en su idea. Le habían robado la pirámide, y ella estaba segura de poder hallarla. Su amiga sonreía, incrédula, mientras caminaban por la galería interior de aquélla casa. Unas columnas de hierro antiguas sostenían el techo de chapa ornamentado en orlas que hacía de resguardo para la tarde lluviosa de aquél patio. Cuando iban llegando a la puerta de una de las habitaciones, la amiga de Judith se detuvo, giró hacia atrás, y se acomodó el saco de lana que llevaba puesto sobre los hombros. En ese momento las vi. Judith extrajo un arma del bolsillo de su blazer, y apuntó.
Desde algún sitio, yo supe que adentro había un hombre metido en una cama de cobijas claras. No alcancé a ver su rostro. Sólo una forma de cabeza despeinada emergiendo de entre las sábanas, y a los pies de la cama, una forma de niño sentado, de espaldas. Judith apuntó segura, su amiga ya no estaba.
De golpe, comencé a dar gritos, espantada, pidiéndole que no tirara. Pero Judith estaba segura de hacer lo que quería, y no dudó. Comenzó a disparar una y otra vez hacia la cama, y yo gritaba cada vez más fuerte, pero el eco de mis gritos se hacía humo en volutas por entre las columnas de la galería. Judith no me escuchaba.

- Por favor, no le tires! Judith, no! ¡No dispares!, grité de golpe, corriendo, y el pelo a montones se metía en mi boca como en bocanadas de seda que me ahogaba.

Judith se dio vuelta hacia mí, sonrió mirándome, y guardó el arma nuevamente en el bolsillo de su saco. Me acerqué agitadísima, la tomé por los codos, y cuando la toqué, el marrón de las mangas de su blazer pasó a formar parte del color de mis manos. Ella comenzó a reír a carcajadas, mientras me miraba con los ojos serenos, sin culpa, como si no hubiera ocurrido nada.

- Qué hiciste, Judith, qué hiciste? -pregunté como tarada.
Desde algún otro lugar, supe que no había hecho nada.
Ella introdujo su mano en el bolsillo donde había guardado el arma, y extrajo una pirámide de mármol veteada.

- Por suerte, la traía conmigo -me dijo, y nos fuimos a buscar a su amiga, que seguía apoyada en el marco de la ventana.-

POR VOS, TRISTEZA

POR VOS, TRISTEZA
Es tarde. Tarde en la soledad de este último sol de febrero, apenas tibio de otoño adelantado.
Tarde en la fugaz esencia de resplandores que acarician mi recuerdo que aún te espera.
A qué engañarme. Una hormiga desorientada camina sobre el borde de mi blusa, y yo –pobre y triste yo que aún te piensa- imagino la punta de tus dedos recorriendo esa pendiente hacia el abismo de mi seno. Toda una geografía de bordes y silencios acompañados por tu noble insistencia de acallada premura.
Por qué te fuiste, será la duda eterna que me repita en eternidad de amaneceres nombrándote en la espera.
Por qué temiste, si acaso disfrutabas de tu ego enaltecido por sensaciones nuevas.
Por qué dejaste que creyera en unos ojos profundos que taladraron mi angustia de la peor manera: la de tu incierta presencia en las esquinas de mi mente cada vez que te pensé con fuerza, con ganas de tenerte y que me tengas como quizá ninguno de los dos había podido nunca imaginar un clamor desesperado de dos cuerpos brindándose al afecto de tu piel y mi piel entrecortadas de susurros.

Ahora, cuando desde la luz de mi ventana veo que ya no llegas, miro para adentro lentamente, para sólo ver el laberinto de tu mente acomplejada de emociones simples, mientras por fuera de tus límites de espacio y tiempo, la distancia se acrecienta a cada rato un poco más.
Ahora, mientras juego con la hormiga de tus dedos que no supieron siquiera encaminar una caricia, un nudo atolondrado de angustia y ansiedades se retuerce en mi garganta con dolor.
Siento la amargura de una lágrima llorada para adentro, por lo que pudo ser.
Siento la desazón mordiéndome el alma sin permitirme olvidar lo que sentí de pronto, tan de golpe como tu mirada sedienta de ternura arrullándome en silencio, mientras el vuelo de todas las gaviotas enmarañadas en el borde de tus ojos me acompañó tantas veces, contándome de tu inseguridad, de tus anhelos inconfesados, de la sorpresa increíble de esta vida que de pronto te dijo que valías algo más que tu estampa presumida.
Siento el rumor suave de tus manos apenas abrazando mi cintura, sin demasiada fuerza, acaso temiendo quebrar el cristal de mi risa que se hizo joven y anhelante y libertina tan sólo por reír con vos.
Siento absolutamente toda mi desilusión a cuestas en este último día de febrero que me ha dejado con las manos vacías de vos y de tu piel, con los ojos vacíos de tus ojos sin tu mirada, con la piel sedienta y resquebrajada por todo lo que pudimos acariciar no sólo con la mirada, no sólo con tus palabras, no sólo con nada.
Siento una profunda tristeza por mi descreída y anhelante necesidad de vos, ya no sé por qué.

RAPSODIA DE MIRADAS

RAPSODIA DE MIRADAS


Tuve ganas de verte.
De inventarme una aventura.
Decidirme a mirarte porque si, de frente, con descaro desmedido.
Insistiendo en cada vuelta una sonrisa; exigiendo la atención de cada vez.

Intenté volver atrás en el ocaso, desde la primera vez que me miraras. (O te miré yo, no se). Fue mutuo y al unísono. Lo recuerdo sin neblina a pesar de la distancia en este tiempo despreocupado de vos.

Te conocí en otoño, cuando recién se arremolinaban las primeras hojas ocres en las veredas. Había un olor especial de otoño reincidente y atrevido en las calles de tu pueblo, y me prendí a la tarde para acompañar mi soledad a medias. Creo que si me propongo, hasta puedo recordar lo que llevabas puesto. Te miré sin demasiado interés, con algo de monotonía en un primer momento. La tarde pintaba de amarillo soleado las calles sin demasiada gente, los negocios semivacíos, la tediosa rutina de las calles, y las casas y los perros. Aún era temprano y no hacía frío. Aún no, lo recuerdo con los sentidos.

No fue arrebol de tu encuentro lo que me proporcionó ese templado bienestar del cuerpo ya vestido. No fue que me sacudieras con tu presencia, no recuerdo haberlo presentido. Pero algo hubo de suceder en la programada computación de los haberes, porque me quedó impresa tu figura en las retinas con fugacidad aparente, con indeleble premura, casi hasta con melancolía. Recuerdo nítida tu mirada inquisitiva con que alargaste los ojos a mi encuentro queriendo saber sin preguntar nada, queriendo quedar inmerso en las pupilas. El viejo Correo guardó los pasos que con turbación precedí cuando saliste, y te miré distante, desde dentro, devolviendo de a poco y con cautela, tu interés por mi presencia.

Después, volví a encontrarte aquella tarde. Saludarnos fue casi obligación. O por lo menos, me pareció que así sería. Volví a encontrarte mil veces cada viaje, cada tarde, cada día sin lluvias ni tormentas. Cada soleada insistencia de invierno frío, desteñido de placeres e ilusiones.

Tuve ganas de saber de vos alguna vez. Una insistente persistencia en la furtividad de tu presencia o de la mía irrumpiendo en tus tardes sin querer, se hizo obligación en la pregunta. Sin demasiado entusiasmo. Sólo una íntima necesidad de pensar que alguien me pensara. Quizá fue sólo eso. Un narcisismo escondido en mi estructura despintada del invierno, mientras la nueva vida en un pueblo prestado sin saber por cuánto tiempo iba tejiendo la trama de la misma vida nómade hacia la prosecución de mi futuro. Quizá no fuera más que las ganas de gustarle a alguien que me mirara porque sí, porque la curiosidad pudo más que los discretos que también miraban, pero no lo dejaron traslucir de esa manera. De algunos, que quizá fueran más cautos, y la urgencia quedó allí, sin encender ni apagar ningún pabilo.

Fuimos mirándonos muchos días, durante casi todo un año.
En tantos días, alguna vez habrás cumplido tus cuarenta años.
Alguna vez habrás estado triste.
Alguna vez, apasionado y eufórico.
Alguna vez me habrás mirado contento.
Alguna vez me habrás imaginado lejos en la presencia y en el recuerdo. Y en las ganas de mirarme y en las ganas de encontrarme y de tenerme y de dejarme.
Tal vez.
Quién sabe.

En tantos días de mirarte sin interés, sin demasiada curiosidad, sin querer saber de vos más que me mirabas, tu saludo me quedaba prendido en las imágenes.
Y los sueños de la edad fueron haciéndose más austeros.
Y las ilusiones, vanas.
Y las desdichas, duraderas.
En tanto tiempo, yo también fui perdiendo días, o fui ganando vida en la pausa, o fui gastando años en la prisa, y cumplí mis años sin ningún tirón de orejas, sin ningún recuerdo grato, sin ninguna presencia.
Vos y yo tan alejados en los festejos.
Vos y yo tan ajenos en las realidades.
Vos y yo tan inventados por mi imaginación menesterosa de intereses.
Vos y yo tan apartadas en las consecuencias veraces de tanto saludo dedicado al encuentro y ya pasó, me fui, hasta la próxima vez que te encuentre, y me mires, y te vea, y me saludes y te conteste, en este acompasado ritmo adolescente de no saber por qué me miras.
Por qué me sigues.
Por qué te busco, incandescente.
Por qué me llamas a seguir pensándote, si yo muy bien no lo sabía hasta hace poco, un día cualquiera, en que me desperté soñándote sin querer. Sin saber por qué te filtraste en mi memoria inconsciente en la vigilia, y fue una urgente necesidad de buscarte y mirarte y sonreírte como nunca.
Y contarte sin palabras que estuviste allí tan vívido, tan perfecto tu rostro entre mi almohada y mi mente y mi sentido impúdico y cauteloso a la vez, que te soñó en silencio, como siempre, sin palabras.
Sólo tu mirada insistente que llamaba mi atención otra vez, mil veces más en tu saludo, y mi emoción galopando hacia tu encuentro de miradas.

Fui al pueblo ese día por deber. Como nunca, tan alegre y decidida en mis ganas de encontrarte. Si hasta me pareció que no había sido un sueño. O por tu almohada navegaron también los gnomos de mi complicidad y de mi espíritu. La intriga se mezcló con la mirada, se hizo lava la liquidez de tus ojos contestando a mi emoción.
No se si me esperabas.
No se si querías verme.
No se qué imaginabas en cada vuelo de saludo y fantasía.
Comencé a vagar por tu presencia, como el viento que se agolpa en los zaguanes en puñados de hojarasca cada vez con mayor alboroto, con mayor imprudencia cada vez.
Comencé a buscarte en las ganas de tu encuentro provocando una mirada, convocando en tus ojos la sonrisa oculta por el miedo y la ansiedad.

Y te miro, y te llamo y te insisto con los ojos arrebolados de inquietud.
Tengo ganas de encontrarte en cada vuelta. Que me hables, me preguntes, me respondas, me regales la mirada de mi sueño.
Tengo ganas de buscarte y que me busques, y que me sigas, y que me encuentres, y que me digas el por qué de tanto vuelo, el también de tu seguirme cada día un poco más lejos, pero cuándo llegarás hasta mi encuentro.

He inventado cien maneras de encontrarte o que me encuentres.
He encontrado mil formas de hablarte y de escucharte.
Una sola vez.
Así de simple.
Desterrar la duda que me enferma en cada pregunta echada a volar al vacío y a la duda misma, de saber si existes o te inventé en el sueño de esa noche en que te tuve cerca por un rato.
Y creí que mi desdoblado yo volando con mi espíritu también se agazapaba en tu sueño por un rato.
Y te llamé en silencio, y convoqué tu voz, y me quedé prendida a la ilusión de inventar esta locura por un rato, que ya está haciéndose una eternidad de indecisiones.
Mientras tanto, te pienso. Y repienso las veces que te viera, y repaso las miradas que me diste, el saludo empecinado en demostrarte que ya basta de ojos y de bullas y silencios.
Tal vez el regalo de tu piel tan solo por un rato.
Tal vez, el murmullo de tu voz inventando un desafío. Intentando un desacierto arrepentido de futuro.
Tal vez, el regalo de tu beso robado entre las sombras del camino, en los rincones del alma, entre las llamas del infierno recreado en la inconciencia sin prejuicios. Por placer.
Tal vez, todo junto festejando este primer aniversario de mirarnos.
Vos y yo sin saber nada más que lo inventado.
Vos y yo, saludándonos sin prisa en las calles de tu pueblo.
Vos y yo perdiéndonos la alegría del encuentro.
Vos y yo sin animarnos a intentar el desafío.
Vos, en la complicidad de tu mirada, tu saludo, tu recuerdo cada día solitario.
Y yo.
Yo sin vos en las ganas de mirarte.
Yo queriendo.
Yo volviendo por las calles de tu pueblo.
No se por cuánto tiempo en la espera de tu tiempo.

BUSCR UNA PALABRA

BUSCAR UNA PALABRA

Me miraste
y un frío impertinente
me recorrió la espalda.
Tuve que pensar fuerte
una excusa de hiedras
que cubriera la fuerza
de tu mirada.

Tuve que esconder
mis ojos
entre el murmullo
de tus palabras.
Tuve que buscar una palabra.

Buscar una palabra
para recorrer el arco
de tu axila
mientras me abrazas.


Buscar una palabra
que se haga risa de niños
cuando tu pie desnudo
estremece mi risa bajo las sábanas.
Buscar una palabra
que acune mi aliento
cuando despiertas de madrugada.
Buscar una palabra
para soñar despierta
cada noche de luna sobre la escarcha.

Buscar una palabra
que estremezca tu oído
cuando murmuras, quedo,
un rosario de lirios
en la comba de mi seno
y de repente escucho
como tertulia de gasa
que me estremezco de nuevo
en el delirio
de tu palabra.-

LLÉVAME A VERLAS

LLÉVAME A VERLAS

Una fría neblina llegaba desde la bahía atravesando los bosques. El mar estaba triste, como de hastío y temblor. Las gaviotas pasaban planeando quedas, leves cometas de niños en la plaza del pueblo.
Margot estaba sola.
Sola de todos los silencios.
Sola de todos los amores.
Caminó sin prisa sobre los guijarros, agachándose a veces para recoger alguna concha.
Quería huir de ese pasado que -sin embargo-la acompañaría a todas partes. La arena se pegaba en las piernas como el pasado se encaramaba a su espalda sin pudores.
Margot sabía ya de todo esto pero igual necesitaba huir. Pasó la mano sobre la piel de sus pantorrillas y alcanzó a desprender una mezcla de arena gruesa y conchillas que apenas lastimaban su piel. Le pareció que alguien venía corriendo detrás suyo, pero intentó disimular su curiosidad.
Tenía frío en la piel y en el alma. Para qué distraerse? Nadie vendría a abrigarla. La desilusión corría por todos los rincones de su itinerario. Tenía amarga la boca de todos los sabores. Para qué sentir?
La brisa ya era viento cargado de neblina, que no le dejaba ver el bosque. Su cuerpo estaba ausente, envuelto en un corset de melancolía que a veces la hería hasta el dolor. Para qué vivir?
Miró hacia el mar y en ese instante, una gaviota en picada cruzó las coordenadas de la tierra y se internó en el mar por su comida. Un pequeño calamar agitaba sus tentáculos en el aire mientras duró la efímera ceremonia del banquete. Se detuvo un momento al observar la rutina de los siglos, y de golpe -a sus espaldas- se dio cuenta que pasaba alguien. Recordó que alguien corría por la playa, detrás suyo.
El se detuvo, movió la cabeza con lentitud, sonriendo y sudando.
-Hola, dijo displicente.
Era hermoso. Joven y apuesto como hacía tiempo no veía a nadie. Un hoyuelo atrevido se dibujaba a cada lado de su boca, insinuante.
Hermoso, pensó Margort mientras corría un insistente mechón de su pelo que se prendía -atrevido- de lo poco que quedaba de su sonrisa.
De golpe, se dio cuenta que estaba despeinada y sin pintura. Una mueca de coquetería en su piel cansada de llanto, la devolvió a la vida.
- Viste las focas recién paridas al otro lado de la bahía?- preguntó él, mirándola a hurtadillas, jadeante aún por su trote.
Y ella sintió la invitación a la vida sin tapujos, sin oscuras consecuencias. Midió en silencio la profundidad de aquéllos ojos, y acomodándose otra vez el pelo, se escuchó decir como en susurro:
- Muy bien: entonces, llévame a verlas.