III SIMPOSIO INTERNACIONAL SOBRE RELIGIOSIDAD, CULTURA Y PODER
IMAGINARIOS RELIGIOSOS, RITUALIZACIONES Y ESCENARIOS
BUENOS AIRES, 27 – 29 DE AGOSTO DE 2008
LA CAPILLA DE LOS FUNES, PUNTA DEL AGUA, SAN LUIS, ARGENTINA
LIC. MARÍA INÉS MALCHIODI
INTRODUCCIÓN
La reflexión sobre las religiones y la religiosidad muestra cómo el fenómeno de la globalización no solamente involucra la constitución de un mercado global, sino que significa en primer lugar conocimiento, presencia consciente absoluta y virtual, comunicación y relación mutua[1].
Este fenómeno de la globalización remite a una regionalización para posteriormente aproximar la lente al fenómeno local, de lo macro a lo micro y viceversa, en un movimiento pendular que implica ciertamente la existencia de contactos cada vez mayores con miembros de otras religiones, si bien la influencia más honda y significativa se refiere a la percepción y a la conciencia misma de la propia religión y de la religiosidad.
En los conceptos macro, el espectro se maximiza de manera tal que la propia identidad religiosa exige ante todo superar el riesgo y la tentación de aceptar la imposibilidad de alcanzar una verdad significativa con respecto a Dios, considerando a las diferentes religiones como meros fenómenos culturales de carácter más o menos regional.
El desafío de la globalización exigiría, pues, que las religiones puedan comunicar sus riquezas espirituales y dar razón de su pretensión de verdad, manteniendo el nexo intrínseco entre verdad, cultura y religión, a fin de propiciar un encuentro y un diálogo razonable entre ellas, de extraordinaria relevancia para la convivencia pacífica.
Puesto que la revelación misma de Dios constituye en realidad el don de un camino verdadero hacia la plenitud de la vida, y su pretensión se verificará inevitablemente situando a la persona en este camino, de manera de ser capaz de encontrarse con todos los hombres en el camino de la fe, y alentarlo en la común búsqueda de la verdad compartiendo las propias riquezas espirituales, se llama al diálogo y a la colaboración en el camino de los hombres hacia la plenitud en el seno de Dios, quien es amado y afirmado como mayor símbolo de todo lo creado, en el seno de todas las culturas. Más allá de las mimetizaciones y aceptaciones a la hora de las evangelizaciones, las conquistas espirituales y materiales incluyeron la posibilidad de incorporar consciente y críticamente en su vida las cosas nuevas de la sociedad extraña.
Pareciera ser que al principio, los conquistadores y misioneros no se percataron de las implicaciones teológicas de su actuar misionero, que propició la yuxtaposición religiosa[2]. Al ver a los indios tan respetuosos en los actos de culto cristiano y escuchar que a todo prestaban su conformidad, creyeron que esta aceptación de la fe cristiana conllevaba el abandono de las creencias antigua propias. Fue por esa causa, que junto a los templos indígenas construyeron sus templos cristianos, y aceptaron que junto a la práctica oficial del culto la gente siguiera haciendo manifestaciones religiosas propias. Convertidos al cristianismo, sentían el deber de cumplir con la nueva fe traída del exterior, pero igualmente sentían la necesidad de mantenerse fieles a las creencias antiguas. No fueron convencidos de tener que abandonarlas porque jamás aceptaron las argumentaciones misioneras de que no era a Dios sino al demonio a quien veneraban sus antepasados. Para ellos, era el mismo Dios sólo que en formas y modalidades diferentes y la mejor manera de expresar esta convicción era el método de la yuxtaposición o acumulación de símbolos religiosos.
Por una metodología de sustitución, la yuxtaposición de símbolos cristianos sobre las expresiones de la religión o la religiosidad indígena, poco a poco fue llevando a la sustitución de unos símbolos por otros. Los santos y sobre todo la Virgen María fueron los símbolos más sustituidos. Lo que antes pedían o hacían delante de la divinidad indígena ahora lo piden o hacen delante del Dios cristiano o sus intermediarios.
Por este mecanismo, la mayoría de los santos patrones de los pueblos ocuparon y juegan hasta el día de hoy el lugar de los antiguos totems tribales o de las advocaciones divinas que identificaban a cada grupo humano. San Isidro Labrador, por ejemplo, es ahora la nueva expresión de Tlaloc, Cosijo, Chac, o el nombre del Dios que antes vinculaban a la lluvia; la Virgen María sustituye ahora a la Madre Tierra, en su capacidad de dar vida o de amparar y acoger a todos.
La inculturación del Evangelio Cristiano implica suponer una superación de los esquemas colonialistas de evangelización para entrar de lleno a la implementación de actitudes permanentes de diálogo respetuoso con las culturas y expresiones religiosas de los pueblos indígenas. Para descubrir en ellas la riqueza humana y espiritual que han ido acumulando en siglos de vida y de Dios –según palabras del propio López Hernández- para servir pastoralmente a las Semillas del Verbo, que el Espíritu ha sembrado en ellas, y ayudarlas a llegar a su plena floración y fructificación.
El Patrimonio Cultural –entendido como el conjunto de bienes más significativo de la singularidad e identidad cultural de pueblos y grupos sociales específicos, está cobrando una importancia social sin precedentes.
Hasta hace pocas décadas, este era un tema tan secundario que prácticamente estaba circunscrito al ámbito y criterios de expertos profesionales que apenas despertaba interés en la ciudadanía.
Hoy, sin embargo, el Patrimonio se ha convertido en un tema central, lo que no debe interpretarse como una moda pasajera sino que constituye una de las forma de respuesta a la dinámica global de homogeneización de los modos de vida y de los símbolos de referencia.
Ante el temor de pérdida de la identidad y de las raíces culturales que producen los cambios acelerados y profundos de la actualidad, los individuos se refugian cada día más en aquello que consideran real, comprensible y auténtico: la naturaleza, las creencias y las costumbres[3].
Todo aquello que lo vincula a un lugar, a unas prácticas y a unos imaginarios colectivos y comunitarios, se constituye en una dinámica de afirmación, reconstrucción o generación de identidades colectivas. Es aquí donde el Patrimonio Cultural actúa como un eferente fundamental para el reconocimiento de los diversos pluralismos colectivos y como instrumento de cohesión social de ellos.
Es por ello que hablamos de una construcción social a partir de la activación de valores simbólicos y de la propia memoria colectiva, que se encuentra en una encrucijada de intereses y conflictos. Más allá de la presencia de los poderes políticos y religiosos que siempre han influido en la definición de sus contenidos, actualmente el mercado, como lógica sacralizada de la globalización, pretende imponer sus reglas instrumentando el propio sentimiento de búsqueda de la identidad y la memoria.
De este modo, lugares singulares, paisajes, monumentos, obras de arte, gastronomías regionales, actividades artesanales, creencias y expresiones folklóricas son convertidos – o se les trata de convertir – en recursos económicos haciéndolos participar del consumo masificado luego de desacralizarlos, banalizarlos, y desactivar sus más profundos significados específicos.
Mientras tanto, la gente continua repitiendo con la pausada premura de los tiempos, sus celebraciones más íntimas, acaso liturgia de lo auténtico y verdadero patrimonio cultural de su génesis.
PRIMERA PARTE
EL NOMBRE DEL PUEBLO
“El primitivo dueño de estas tierras debió ser un indio soñador, y debió vivir su noble vida en contemplación y trabajo sin más codicia que lo que sus manos podían sembrar o amasar, con la ciencia del Sol y de la Luna. Tomó de la Pachamama sólo el sustento y bendijo lo que tomó con respeto y veneró su simiente. De ella venía y a ella se entregó, sin más ciencia que su llamado”[4]
En Punta del Agua, un vecino – Chiquito Sosa – hace años que anda juntando los testimonios de lejanía: las piedras que modelaron los indios que habitaron a orillas del río Conlara.
Las autoridades chilenas propiciaron la formación de una villa en Punta del Agua, tarea que cumplió el Comisionado Don Francisco Bustos Gacie en 1754, distribuyendo las tierras entre quienes quisieran poblarlas y reservando solares para el Cabildo y el templo que debía ser atendido por religiosos franciscanos[5].
La nueva población tomó el nombre de Nuestra Señora de las Mercedes y entre los primeros vecinos figuraron Cristóbal Ochoa, Antonio Morales, Pedro Juan Contreras, Mateo Nieva, José de Pedernera, Jerónimo de Funes y don Juan de la Rosa, que bien merecía el “don” por ser tan operario en las ciencias de los edificios.
En el mapa de època recopilado por el Prof. Hugo Fourcade – se presenta lo proyectado en 1754 en el plano de Punta del Agua: “Casa de Cabildo”, “Casa del Cura”, “Iglesia Mayor”, “Casa para el Alcalde”, “Plaza” y una “Manzana para los Franciscanos”.
Numerosos documentos revelan que don Diego de Funes fue el poblador que hizo construir una capilla que dedicó a Nuestra Señora de las Mercedes, y con esa denominación aparece en viejos mapas, cuando aún no se mencionaba Renca.
De acuerdo con la toponimia del lugar, el nombre del pueblo tiene que ver con el río Conlara, que “cabalgaba sus bríos en rumoroso cauce, como por un tajo, entre monte y monte”
La Capilla de los Funes”, o “Capilla de la Virgen de las Mercedes” de Punta del Agua, Dpto. Junín de la Provincia de San Luis, República Argentina, es una valiosa reliquia de más de 300 años de antigüedad.
Se trata de un tesoro arquitectónico que está emplazada y en una zona turística de la región Noreste de la Provincia, custodia desde el fondo de los tiempos este paisaje sencillo donde el tiempo se ha detenido a la vera del camino y arrullado por el legendario río Conlara.[6]
Punta del Agua es un antiguo pueblo en el que se levanta la Capilla de los Funes, donde se venera a la Virgen de las Mercedes.
Está ubicado en la margen izquierda del Río Conlara, en un angosto valle enmarcado en el paisaje que forman el río cuyo cauce discurre de sur a norte, recogiendo las aguas de los arroyos que desde ambas márgenes se vuelcan en él, allí donde los Comechingones reclinan del todo su altivez y las cuchillas puntanas muestran sus últimas roquedades.
El río es el límite entre las provincias de Córdoba y de San Luis.
[1] Carrasco Ruoco, Alfonso: “El influjo de la globalización sobre las religiones y la religiosidad”. Congregación vaticana para el Clero, Periódico Ecuménico cubano – Miami, Florida, octubre de 2005
[2] López Hernández, Eleazar: Caminos de la Teología India, Cenami, México, 1997
[3] ALER ( Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones), Universidad de Sevilla, Andalucia, España, 2007.
[4] López Milani, Raquel: Nota al Sr. Gobernador de la Provincia de San Luis, Expte – 0000-2006-039036, 10 de julio 2006.
[5] Núñez, Urbano J.: Punta del Agua, Noticias para su Historia, 11 de Marzo, 1970
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3 comentarios:
En el ano 1955 construyendo un paredon al frente de la capilla para evitar que las vacas llegaran hasta los mismos portones, se encontraron varios esqueletos de soldados acompanados por sus fusiles mauser segun contaba mi padre debian pertenecer a los caidos en la batalla de La Angostura. Yo presencie el hallasgo ya que me encontraba veraneando en la Estancia La Celia de mi abuelo Don Otoniel Funes. Mi nombre Julio Cesar Funes
Junto a la Estancia La Celia y compartiendo la Capilla y mucho más, estaba la Casa de mis abuelos maternos: Celedonio Gutierrez y Amalia Ortiz.
En compañía de mi tío, Alberto Gutierrez, he recorrido ese lugar entrañable.
Julio Cesar, hijo del "Chiquito Funes", hijo de Otoniel, es mi primo.
Mi nombre es Miguel Carranza.
Hola, leí tu publicación sobre los Funes de Punta del Agua y quisiera tener mas información y ver como conectarme con Julio César Funes (comentario sobre la capilla de los Funes) ya que mi abuelo nació en ese pueblo con el mismo apellido. Desde ya muchas gracias. Alejandra.
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