lunes, 4 de noviembre de 2013

EL OTRO Y LA ALTERIDAD







EL OTRO Y LA ALTERIDAD




En el prólogo del libro de Jacobo Timmerman “Prisionero sin nombre, celda sin número”, el hijo del propietario de La Opinión pregunta a su madre, desconsolado:
-          Por qué nos torturan?
Sabiamente, su madre le responde: “ … porque no nos conocen”.

Eran tiempos amargos, de persecución, represión, incomprensiones descarnadas, dominación sin límites.

Uno de los libros de Taussig retoma en su prólogo la pregunta del hijo de Timmerman. En su trabajo, Taussig relataba la conquista del otro cultural que penetraba en la selva colombiana tras la búsqueda de esmeraldas, y mataba a su paso todo salvaje, bárbaro, indígena que se cruzara en su camino, empalando sus cuerpos de los que sólo quedó el testimonio desgarrador de unos cráneos al tope de los mismos, sin flamear, descarnados, inmóviles, destructora e intimidatorio imagen del salvajismo y la crueldad de la incomprensión.

Nada más aterrador que el miedo por el otro para empalar y sacrificar una posibilidad de acercamiento.
Nada más que el terror que produce el desconocimiento del otro, cuando la fantasía se hace carne en la mente del otro acostumbrado a un continuum de verdades acaso tan fabricadas e impuestas por el consuetudinario paso del tiempo en la tradición sin cambios.

Cuando el cambio es predecible, el enroque es la estrategia, el perdón es una cuenta sin saldar que mantiene cautivo al otro para que haga lo que otro quiera.
Nada más sutil que la imagen del miedo desplegado en el silencio, nada más que con la imagen interpuesta en la verdad a medias de cambiar sin cambios.

Porque no nos conocen, dijo la esposa de Jacobo Timmerman.

Nada más certero.

El miedo que produce el desconocimiento del otro cuando el otro es uno más entre nosotros, agigantado por la imagen del poder.
El miedo que cercena las mentes y las entrañas de todos los otros que de pronto se enfrentan ante lo desconocido a pesar de tantos años de convivencia cotidiana, y no encuentran la continuidad del ser sencillamente porque el otro es otro, no aquél mismo que conocían de tanto tiempo, repetido, por la continuidad de los tiempos, la abigarrada trama que fueron tejiendo en la construcción del ser, del líder, del profeta, del tótem.

El acercamiento cotidiano dibuja una mpostura que el inconsciente colectivo va forjando en las imágenes transidas de carisma.
El devenir de los años y los tiempos es la aguja que borda en la trama de un perfecto canevá los puntos que rellenarán las formas. Y el acostumbramiento cede paso al extrañamiento, y lo extraño resulta de repente tan cercano, tan predecible, tan familiar, que para qué cambiarlo…

Más allá de las monotonías, más allá de las policromías de acciones certeras y acertadas, el otro se acerca cada vez más a uno mismo, y el círculo se cierra en la oquedad del  vicio.

Comprender el cambio es muy difícil.
Lleva mucho tiempo.
Desgasta.
Lastima.

La crisis que propugna el cambio supone un paciente trabajo sobre uno mismo en la delicada tarea de la comprensión, de la aceptación de los fenómenos, en el conocimiento y la aceptación del otro que es tan similar a uno mismo y tan diferente al otro a pesar de los lazos de sangre, de tierra, de génesis.

El otro no es el otro sino él mismo, desconocido, extraño, imaginario, construido en la fantasía de la mente de cada otro que no entiende de alteridades, que no puede acercarse a los fenómenos porque el miedo al cambio lo paraliza, porque el pánico por el cambio del otro que no creía que fuera tan distinto, lo hace ciego ante la verdad que quería para si pero por el momento no acepta.

Pero cómo aceptar lo que ni siquiera se conoce?
Cómo pretender llegar al otro si no se sabe de qué manera este otro piensa, sufre, imagina, vuela, cree, sueña, crea?

Las imágenes mentales que cada uno construye en su ilusión por el cambio muchas veces se desentienden de la realidad, y la verdad pasa a ser un argumento de discurso que el otro no logra comprender.
           
Las imágenes, los símbolos, las apriorísticas apreciaciones confunden el imaginario colectivo y lo transforman en fantasmas de la desolación nada más que por una razón de desconocimiento e incomprensión.
Ponerse en el lugar del otro implica un compromiso.
Pensar desde el concepto de otro significa un trabajo con uno mismo que no siempre estamos dispuestos a emprender, porque por ahí nos damos cuenta que estuvimos creyendo en un sueño equivocado.

Porque por ahí descubrimos que la verdadera identidad de este otro es más sensible, más sincera, más cercana a nosotros en las realidades cotidianas, en las rigurosidades consigo mismo, con las vivencias e internalizaciones que hace de los verdaderos sentires y sentimientos de los otros, y el descubrimiento se nos torna difícil en la reconstrucción del otro.

Por nuestras propias imágenes.
Por nuestros propios miedos.
Por nuestros propios tiempos, que tal vez sean los mismos tiempos del otro, pero todavía no le dimos el tiempo necesario para la aceptación del conocimiento.

Ricardo Güiraldes  en Don Segundo Sombra, decía que sólo puede amarse aquello que se conoce.
Propongámonos el verdadero conocimiento del otro desde la postergada esencia del otro con uno mismo.

Aprendamos a aceptar al otro con la mente abierta a la propia lectura de lo que el otro se muestra.
Distingamos la alteridad desde el otro, no desde uno mismo.
Estudiemos el fenómeno desde el intelecto, pero también desde el corazón acostumbrado a querer a otro porque tuvimos demasiado tiempo para encariñarnos, para conocerlo, para perdonarlo, para aceptarlo tal como es.
Aceptemos el desafío del ejercicio cotidiano de aprender a ver por nosotros mismos quién es el otro, cómo es el otro, cuál es el mensaje del otro, qué pretende de nosotros el otro, cuál es el camino que va haciendo el otro al andar.

Para no ser como los conquistadores que empalaron a los indígenas de la selva colombiana por unas cuántas piedras verdes.

Para no ser como los represores que torturaron a Timmerman.

Para no ser llevados de la nariz por apreciaciones de otros que también quieren forjarnos una idea del otro que no tiene que ver con el verdadero otro que todavía no aprendimos a conocer, y por eso, nada más que por eso, no lo podemos aceptar.


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