POESÍA
III
Sobre
mi regazo
acomodé
tu espalda.
Incliné
tu cabeza en el cuenco
de
mi brazo
izquierdo.
Pasé
mis dedos
desenredando
la maraña
de
tu pelo.
Besé
tu frente,
cada
uno de tus ojos,
apenas
rocé tu boca
con
mi beso.
Un
nido de mariposas gualdas
echó
a volar
en
el centro de mi pecho.
Te
amé en silencio.
Acompañando
los
latidos de todo el cuerpo
sentí
latir mi vientre
entre
tu aliento.
Besé
la
palma de tus manos,
cada
uno de tus dedos.
Sentí
el calor
arrebolado
de
tu cuerpo,
la
energía del cosmos
atrapada
en mi regazo,
el
temblor de soles y volcanes
derramando
lava en las simientes.
Cerré
los ojos.
Eché
hacia atrás mi cerviz
y gocé sin verte.
Sin
tenerte,
estabas
ahí,
entre
los pliegues de mi anhelo,
agazapado,
trémulo
de amor desconocido,
tímido
hasta
el ocaso del día siguiente.
Por
todo eso
y
mucho más
te
amé esa tarde
y
otra,
y
otra más, silente,
hasta
- por fin –
tenerte.
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