jueves, 15 de mayo de 2008
DOS PALABRAS
DOS PALABRAS
Me has dicho dos palabras.
Dos palabras tan viejas como la humanidad toda.
Dos palabras tan tiernas,
que una gota traviesa
se detuvo en mi pelo
y no quise quitarla.
Dos palabras tan lindas,
que esa lluvia nocturna
me mojaba los párpados,
y no supe enseguida que era una lágrima.
No podía entender que mi ángel de la guarda,
en lo alto de ese cielo
que a los dos nos cobijaba,
enjugó una sonrisa pura
en la emoción de esas palabras.
Me has dicho dos palabras.
Y tu boca en su partida
encaminó nuestro encuentro
en la canción sin palabras.
Esa música sincera que ambos entonábamos
en el profundo hormigueo del sentido hecho esperanza.
Y sentí de repente
como un nido de mariposas
en el fondo de mi alma.
De libélulas puras como el cristal del agua
que humedecía el abrazo
que confundió esa añoranza.
Dos palabras...
Y el mundo se detuvo en la unión de nuestro espíritu,
que en beso de esmeraldas
bordado por tu caricia,
me transportó a otro encuentro,
el de la dicha olvidada...
¿Cómo explicarte?
¿Cómo decirte, que la caja de música
que en mi pecho guardo escondida,
comenzó a dar sus sones
cuando vos la conociste?
¿Que la luna de mis días era opaca, desabrida,
y sólo por tu recuerdo
se tornó de luces llena,
con destellos opalinos?
¿Cómo empapar tu fibra de anhelos,
contándote todo el bullicio
que tu aurora me embelesa?
¿Cómo pedir que la boca que tu boca besa
acalle tu nombre viejo
renovado con mi anhelo?
¿Cómo...?
Con dos palabras.
Te quiero.
Son sólo éstas.
Te las entrego. 6/9/71
DE GRISES TRISTES
DE GRISES TRISTES
Qué gris oscuro está este nuevo día,
qué gris y humo y frío y hojarasca;
el gris otoño desparramó sus brazos,
pintando todo de gris melancolía.
Volví mis ojos a la pobreza oscura,
el hambre audaz, el frío y la amargura
del niño pobre, la mano tan vacía
del hombre solo que lucha por la vida.
El día gris me resolvió la duda
que cierne en mi alma resorte de alegría
por estar sano, tener las manos puras,
amar a Dios, tener la espalda erguida.
Vencer el tedio, el odio y la mentira,
salir a flote en esta mar oscura
de gris miseria, acuosa y atrevida,
llanto del alma con las entrañas duras.
MONOLITOS
MONOLITOS
A veces siento
que el dolor es mudo.
Abre grande los ojos,
me mira en silencio,
corre por las grutas
de mi pensamiento.
A veces grito,
grito para adentro,
se esconde en mi alma
un racimo de viento;
hilachas de flores,
galpones de herrumbre,
pasos de fantasmas
crisálida y pienso.
A veces me agito
desesperadamente,
corro por la bruma,
remonto paredes.
Sueño con la estirpe
de aquél caballero
que galopa tenue,
por el firmamento.
A veces me escondo
en rumores de tiempo,
desato alegrías
en caminos neutros;
tengo por destino
una casa de roble,
el techo con mirlos,
un jardín y un gozne
sencillo y pulido,
brillante, de bronce,
que abre y que cierra
portones de hierro,
ventanas de cedro,
portillos de cobre.
En fin, me parece
que soy todo un bloque
de hormigón armado,
de vidrio y adobe.
Monolítica y dulce,
serena en los labios
y en el beso un brote:
la yema silente,
la piel, la mirada,
la rosa purpúrea,
y el jardín, mi goce.
ROMANCE PARA MI NIÑA
En su nidito de espuma
está mi niña dormida.
¿Dónde quedaron tus sueños,
dónde se han ido tus días?
Niña, mi niña te busco
niña, mi niña perdida.
¿Dónde se esconde tu llanto
jugando a las escondidas?
En las paredes del tiempo
donde lloró el alma mía;
en los pliegues de mi cuerpo
niña mi niña chiquita.
Qué dulces fueron mis sueños
cuando tu corazón latía
muy cerquita de mi pecho
muy adentro de la vida.
Qué tristeza tengo ahora,
niña mi niña querida!
Este dolor sin consuelo,
esta llaga y esta espina;
los espasmos de tu llanto,
la tristeza de tu almita.
No llores niña, mi niña.
Los ángeles te llevaron
a aquélla casa bonita,
la Virgen te daba flores
y en sus brazos te mecía.
Los ángeles te acunaron,
chiquita, bebita mía,
velo de noches muy largas,
plumón de espuma y caricias,
canción de cuna y silencio
duelo de llanto y cenizas.
Hoy yo te suelto las manos
niña, mi niña chiquita,
beso tu pelo en el aire
y sueño que me acaricias.
Tal vez estarás bailando,
tal vez soñando, dormida,
en una cuna de estrellas
con sábanas de strelitzias;
tal vez cantando en un coro
de ángeles y golondrinas,
niña, mi niña dormida.
En un cielo de ilusiones
estás, mi niña querida:
con la pureza de tu alma,
bendíceme el alma mía.
DESEO
Tengo ganas
de quedarme inmóvil
contemplando el mundo
desde algún lugar.
París, California,
Marbella, La Quiaca,
Sarmiento, Las Parvas,
Rusia o Senegal.
Oir de repente la voz de mi hijo
gritando ¡Mamá!
Volver del recuerdo con alma de alondra.
Asir en el viento
perfume de albahacas,
ruidos de marsupias,
rumor de hojarasca pisada con pausa,
sendero de plátano de ocre otoñal.
Mirar a lo lejos
que llueve en el monte;
se pierde en silencio el olor en el aire,
la gota en la tierra,
la savia en el brote,
el rubor en la brisa,
la mirada en el hombre,
las ganas de todo y la nada en el borde.
Abismos de dudas,
preguntas sin rumbo,
silencios y noches,
mañanas sin nombres.
Naturaleza muerta en las retinas,
paisajes desteñidos de añoranza.
Querer decirlo todo en la mirada,
vagar como un autómata entre niebla
y fantasmas cuchicheantes, y nudos y
gargantas.
Sonrisa que se vuela por los ojos,
palabras que no saben adularla.
Sabor a conocido entre los párpados
que el sueño traiciona en madrugadas.
El canto de sirenas en las almas,
voces ignotas de alabanza.
Buscar incontenida las respuestas
sabiendo que -quién sabe?- no hay palabras.-
SÚPLICA
No te pido, Señor
que él me quiera,
sino que a mi vida
llegue el Amor.
No te ruego, Dios mío,
su cariño,
sino el alma entera
de tu hijo, en comunión.
Tan sólo ansío
que Tu Luz eterna
ilumine en mis labios
la Oración.
Y me hagas pura,
como amapolas
que en los prados crecen
a Tu amparo,
Señor...
Hazme dulce,
angélica criatura;
que en mis días
lleve siempre tu pregón;
y germine, muy dentro de mi dicha,
la palabra buena
del perdón.
Te pido, Señor,
hoy, de tus manos,
la llaga sangrante
de tu Amor.
Y que él sea
por siempre en mi camino,
sed de verdades,
ley de justicia
y salvación.
Me inclino, Jesús,
ante tu rostro,
y alejo de mí todo rencor.
Encomiendo a Tí,
pleno, mi espíritu,
y espero de mi vida
una flor...
3/10/71
EL HOMBRECITO
CUENTOS PARA LA SIESTA
EL HOMBRECITO
Lic. María Inés Malchiodi
Becaria BAS XXI
Literatura
No recuerdo cuando fue la primera vez que nos vimos. Entre el tumulto laborioso de cada jornada, era uno más entre tanto desconcierto de papeles y teléfonos. Apenas uno más.
Su mirada escurridiza era casi tan sigilosa como su presencia. Tratando de mimetizarse entre los otros, en un esfuerzo tremendo por pasar desapercibido. No sabía si el esfuerzo era tan desmesurado por una urgente necesidad de no ser descubierto en su pequeñez, o tratando de ocultar el tamaño de su secreto.
No podría determinar si lo que pretendía en aquel momento era esconderse a si mismo porque no terminaba de aceptar su esencia, de tan inmostrable que se le hacía su secreto, o si la timidez que encerraba entre sus manos pequeñitas era más grande que toda su presencia.
Después lo supe.
Pero antes, hubieron de pasar demasiados antes para que pudiera comprender el por qué de tanta intriga. Recuerdo la agresión en sus respuestas una vez que dejó de ser fantasma. Casi sin sopesar los desafíos, pasó de ser una evanescente figura de la nada y se materializó en respuestas agudas, filosas, atrevidas.
Cualquier problema era mayor que todos los problemas, desde la duración de una llamada telefónica hasta la cantidad de empanadas que cada uno comería. La cotidianidad iba filtrándose entre los intersticios de una relación que comenzó siendo de compromiso, hasta lo que adiviné comprometida. Al menos de mi parte.
Pero ya ves, parece que de mi parte siempre aparecen los errores en alguna parte del camino, y después terminan siendo demasiado costosos, demasiado pesados, demasiado penosos.
Esos errores que los demás te cobran porque estás distraído, porque dejaste de ser precavido en el momento justo en que comenzaste a mirar al otro por los ojos del otro, y la ternura te ganó entre los meandros de la comprensión, y comenzás a aceptar, y te permitís querer, y te dejás hacer.
Craso error.
El hombrecito era demasiado egoísta para poder trascender los muros que lo mantenían prisionero de su propia realidad. Una hiedra empecinada en ocultar cada uno de los ladrillos con que fue construyendo su personalidad iba creciendo con tentáculos de lisonja en las comisuras de mi debilidad, y lo que creía que era sincero se fue desmoronando en la argamasa de cada una de sus mentiras revoleadas con desparpajo.
A veces, la realidad se hace añicos contra el cemento de todas las certezas. Gris y ríspido y acerado. Cemento de hipocresías que yo no podía ver, porque pacientemente, con la infinita monotonía de la araña que va tejiendo su tela para atrapar su presa, el hombrecito fue tejiendo la misma trama para dejarme pegoteada en una amistad de asimetrías.
Tantas veces creí haber encontrado la amistad en serio, más allá de todas las diferencias que hube de sortear porque para algo existen las concienzudas y entramadas referencias a las construcciones del yo, del ello, del alter ego y todas las demás teorizaciones de la razón en busca de la verdadera palabra que diga compañía, paciencia, alegría, saber que estás y me acompañas en los momentos más duros de la vida de cada día.
Sin embargo, a diferencia de la cucaracha que se comió al hombre en una noche kafkiana hasta el delirio, el hombrecito fue construyendo su corpórea presencia de araña transparente cada día, dejando al trasluz sólo el voluminoso y diminuto abdomen trabajado a fuerza de disciplina de gimnasio.
Con perezosa monotonía trató de hilvanar cada día un tramo nuevo de la tela donde atrapar su presa, mariposa de la luz o de las sombras.
Y lo logró.
Vaya si lo logró.
El hombrecito de timidez rayana en perversidades, se alimentaba cada día con mayor avidez de los manjares ajenos, no importaba si la mesa era de banquetes platónicos o cálices socráticos de cicuta.
Tal vez, lo que el hombrecito no podía resolver era su origen. El odio visceral que lo ahogaba hasta en sus sueños, proclamando a gritos improperios que la vigilia no le permitía pronunciar. Por eso, desgranaba su pesar en las cuentas de un rosario de cruces invertidas, y rezaba al olvido el poder de la oración vaya uno a saber con qué pretexto.
Entonces, era Rosemary’s Baby y la cuna meciendo el niño embrujado del infierno interior de los meandros de su mente atribulada de prejuicios.
Era Polanski en el desenfrenado impudor de los sentidos tratando de abarcar todos los sentidos, preparando las zonas que después habría de disfrutar en manjares de servicios.
Era irreversible y anodino hasta el hartazgo, tratando de inventar historias de los otros porque por ahí las propias eran demasiado crueles para verlas con el pudor de la moral a cuestas.
Por eso, el hombrecito no podía apretar la mano en un saludo verdadero. Apenas la cadencia de unos dedos de uñas pequeñitas de niño a mitad de camino entre el adolecer de los sentidos y el dolor del sentimiento por todo lo que no puede mostrar porque su timidez a cuestas le impide legitimar su verdadera esencia.
Porque el pudor le envenena las entrañas cada vez, todas las veces que no se atreve a subsanar el impúdico y laberíntico personaje interior que lo lastima tantas veces cuantas son las miradas interiores que se anima a mirar para adentro y no poder.
Porque lo que el hombrecito no puede, de entre tantas impotencias resumidas o resueltas, es decirle a los cuatro vientos que es como es. Y aceptarse irónico, perverso, tímido hasta el denuedo, agazapado en las formas de desgranar las tentaciones y confundido en la forma de dar acaso lo único valedero que carga en su cruz el verdadero hombre.
Su verdad.
Su honestidad consigo mismo y con los demás.
Dar y recibir, como en la constante rueca que él sabe que existe más allá de los escondites de la sigilosa manera que él conoce. Dar enserio, para recibir del mismo modo.
Por todas las menesterosas maneras de pedir que cada uno lleva arrastrando en la conciencia.
Por todas las verdaderas maneras de tender la mano y cerrar el brazo en el abrazo, y pelear enserio por las cosas serias de la vida, y hacerse cargo de la compañía del otro, y del dolor del otro más allá del uno mismo.
Simplemente, porque el otro también a veces es un hombrecito menesteroso, diminuto y afligido en la propia imagen devuelta en la tristeza y el dolor.
Hombrecitos diminutos de conciencias apedreadas por vivir, agazapados en la coraza de verdades que la vida desafía cada día, y el dolor, el verdadero dolor de la aflicción, que solamente la pequeñez del hombrecito egoísta no es capaz de ver.
Hombrecito de pasos misteriosos, cadencia de saberes con que hilvanar encuentros, disfrutando la vana compañía de estar por estar.
Hombrecito que se pierde en la bruma de las lágrimas conjuradas a la irrefutable convicción de nunca más.
PÁGINA TREINTA Y DOS
Te fuiste.
Y yo te dejé ir.
Era inevitable.
Bajo la lluvia intermitente
de este otoño,
que penetra hasta el ocaso
de mi fibra.
Caminé.
Con paso lento,
rumbo incierto.
Hasta que la realidad de mi estructura
dijo basta.
Y el misterio
desentrañable
de mi vida,
tuvo otro sabor.
El del olvido.
El de un mañana nuevo.
Y la página treinta y dos
de mi memoria,
se perdió
en el viento.-
miércoles, 7 de mayo de 2008
A lo largo de mi vida, pero sobre todo en la profundidad de mi existencia, Dios me ha demostrado que no somos más que minúsculos depositarios de su soplo.
Cualquiera fuera mi forma, sólo la esencia que El me ha confiado ha sido la forma en que he ido modelando mi vida.
Por eso, posiblemente digo todo lo que digo, y no siempre callo lo que pienso.
Absolutamente, soy consciente que me fue regalado un espacio de vida no se por cuánto tiempo, y si –a veces- la ansiedad me lleva a dormir poco, no por eso sueño menos, aún despierta.
¡Tantas veces ando cuando los demás se detienen!
A pesar de tener los ojos cerrados muchas veces, no por eso pierdo luz: la llevo dentro y algunos –sólo algunos- saben ver la luz que sale no sólo de mis ojos cuando miro.
Cuando la muerte en bandadas se llevó de mi lado lo que más quería, he sentido la inefable finitud de nuestros días.
Por eso, tal vez sólo por eso, a veces vivo más de prisa, con el miedo desesperado de no saber por cuántos días.
Escucho no sólo lo que otros hablan, sino mejor lo que dicen, lo que piensan, lo que callan.
He dado tanto valor más que a las cosas, a lo que ellas simbolizan.
Cuántas veces son los símbolos las verdaderas muestras de los sentimientos valederos.
He disfrutado de un helado tanto como de la tibieza de unas manos.
Puedo vestirme y desvestirme con la misma sencillez con que desnudo mi alma cuando quiero, porque quiero.
Me tiro de bruces al sol, disfruto el calor de la piedra en la planta de los pies, y puedo gozar aún con la palma de la mano en la caricia de la piel que se estremece; puedo caminar desnuda en los trigales que aún no maduran y sentir la áspera sensación de las espigas sólo alumbrada por la luna.
Sabe Dios que tengo un corazón que aún no ha aprendido a odiar, y puedo sentar a mi enemigo a mi mesa, sin tener que detenerme a esperar que ningún sol derrita lo que siento.
Puedo pintar con los colores del día, girasoles, lirios y amapolas, sin el genio y la locura de Van Gogh.
De entre los talentos recibidos, puedo escribir con mis palabras y llorar de amor entre las letras, recitando de memoria y en silencio el mejor poema de Benedetti.
Canto con Serrat buscando alguna estrella.
No sólo he regado las rosas con mis lágrimas. Cada flor de mis rosales son llanto de dolor por las espinas de mi vida y sin embargo, aún beso sus pétalos cada día.
Dios mío, en este retazo de vida que me queda, no dejo pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero, aunque a veces lo diga con los hechos.
He aprendido que enamorarse rejuvenece y es también amar la vida.
He aprendido a olvidar sin matar la esperanza.
He aprendido de la felicidad que simboliza escalar cada cima.
He debido aprender el indescriptible dolor de la mano de un niño soltándose para siempre de mi mano, y jamás alentaría que alguien sintiera algo siquiera parecido.
He aprendido que ayudar a levantarse, eleva.
He aprendido a amar aún con el corazón vacío.
Y si mi hora está ya cerca, te digo:
Dios mío, sólo dame el amor que necesito y la templanza.
El amor, para continuar creciendo dentro del alma. La templanza, para soportar el designio y la añoranza.
Dejame sentirlo y que me invada.
Que sea él quien desparrame mi ceniza entre las zarzas.
A cambio, yo sólo te digo gracias.
ABRÀZAME
ABRAZAME
No sabés la pena que me invade. Tengo el frío del invierno cerniéndose en mi cuerpo, contándome que ya no estás. Te extraño. Sabés? no puedo olvidarme tu mirada inexperta, tu mutismo queriendo gritar de golpe todas tus emociones contenidas. Qué tristeza tan insípida, este saberte desprotejido y yermo, pero a la vez tan creído de tus dotes que te hace envilecer cada cosa que tocaras. Qué tristeza darme cuenta de todos los rincones de tus límites, y hallarte sin rincones, sólo una línea absurda que no se sabrá jamás si es tu partida, o es tu meta.
Pero para qué perder tiempo en cavilaciones.
Da lo mismo.
Sos tan hueco...
Tuve ganas de amarte como nunca habías sentido, para que supieras como sabe el gusto de los besos del amor adulto.
Tuve ganas de hacerte sentir en la piel con manos de seda, para que aprendieras que la vulgaridad de otras manos no eran para tu piel.
Tuve ganas de mirarte de frente, como nunca te habían mirado, para que supieras que los ojos mansos de esta altura de mi vida guardan todo el fulgor de las primeras miradas, acrisoladas en punzantes emociones.
Tantas ganas tuve, y todas las dejé guardadas bajo siete llaves, del candado que vos guardaste no sé para qué.
Tantas ganas de gusto y a montones, como no podrás ya nunca suponer que alguien podrá darte, porque ahora, todo el mundo sabrá que no son para vos.
Sabés? Me di cuenta que no valía la pena el día que comíamos juntos y te hurgaste la naríz. Ni siquiera te diste cuenta de mi asco. Hasta ahí, creí que pertenecíamos a mundos semejantes, pero entre todas las cosas que llevo aprendidas, aprendí que los señores que merecen gozar como señores no se tocan la naríz en la mesa de un restaurant.
Tampoco se meten los dedos dentro de la boca cuando les parece que se les rompió un diente, y en realidad sacan una minúscula partícula de hueso de pollo.
Te faltaba tanto por aprender...
Creo que fue entonces que comprendí que no valía la pena. Que tu abrazo sería sucio, desprolijo y manoteado por la inexperta soledad de tus pasiones compartidas con cualquiera.
Sin embargo, tuve ganas de enseñarte a ser un hombre con mayúsculas, distinguido, como para que fueras digno del lugar que ocupas.
Pero también con eso me equivoqué.
Burro viejo no agarra trote, cuenta la sabiduría popular. Y es tan sabia...
A vos te hace falta mucha calle para merecerte una mujer como yo.
A vos te queda grande hasta la vieja ésa que vende poleo y peperina en la puerta del supermercado. Estoy segura que es bien hembra para conseguir sustento con sus manos, con toda la fuerza de su espíritu pidiéndole a la vida que no la deje caer.
Vos sos tan distinto... No valés ni siquiera éso... ni un poco de poleo de las sierras.
Me terminé de convencer el otro día, cuando te llamaron de la maternidad.
- Abrazame,- gimió Claudia en el teléfono, contándote que el guacho que había parido era tu hijo.
Y a vos se te erizó la piel. No sabías como enfrentar al mundo con semejante realidad a cuestas, y tuviste ganas de morir. Pero antes, había que matar a unos cuantos, por las dudas. Para que no hablen. Para que nadie suponga que no tenés agallas, cuando en realidad no tenés nada. Ni agallas, ni modales, ni cojones, nada...
Sabés? A vos nunca te enseñaron lo que significa querer. Para un pobre infelíz como vos, querer es tener. No importa qué; pero tener... plata, poder, putas, todo con p. Por la p de pelotas que te faltan.
Pero no te asustes, yo no me quedé con las tuyas. Nunca se me ocurrió tocártelas siquiera. Lo mío fue platónico desde el pié hasta el alma, idílico desde el alma a mí, con Benedetti soplándome en los poros recitando que en la calle codo a codo somos mucho más que dos, y a vos te quedó tan grande que seguiste solo por la calle de la mugre, la coima y la venganza. Porque sólo vengándote de los que somos mucho más que vos, te sentís potente.
Sabés? Ahora que te dije todo esto, puedo pedirte de nuevo que me abraces. Yo sentiré los mocos del que sufre de todas las pobrezas, fregándose en mi rostro con tu beso.
Serás mi prójimo más menesteroso.
También puedo abrazarte desde mi decepción, y decirte sos un gil.-
HAIKU
HAIKU
DESDE MUCHO ANTES DE LA LUZ
TE DIJE MIS PALABRAS
PARA CONSOLARTE.
PIEDRAS DE LAS SIERRAS
NATURALEZA AMONTONADA,
MI DESTINO.
DE TODAS LAS FLORES
QUE ENGALANAN TU REGAZO
TE ROBE UN LIRIO
NO PISES LA ESCARCHA.
SE ROMPE BAJO TUS PASOS
COMO EL HIPOCRITA CON LA VERDAD.
SON TUS LAGRIMAS
TREMULA ESCARCHA ROTA
DE HIPOCRESIAS
CANTO MAGICO
EN LA NOCHE DE ESPERANZAS
MUSICA DE GRILLOS
RISA DE CRISTALES CANTARINES
MUSICA DE HORNEROS Y CALANDRIAS
BAJO LOS ROBLES.
SIENTO EL ENOJO
DE TODOS LOS VIENTOS FRIOS
EN LA MIRADA.
CALIDAD DE VIDA
¿CALIDAD DEBIDA?
Lic. Marìa Inès MALCHIODI
Becaria BAS XXI
Literatura
En el convulsionado mundo que nos contiene, cada día resulta más difícil apelar a las buenas intenciones de las almas pacíficas y despojadas de maldad.
La premisa de poner la otra mejilla muchas veces se convierte en una pesada letanía, y el mandato se transforma en un rasgo de sadomasoquismo capaz de llevar al sillón del psicoanálisis a quien menos afección creía tener con respecto a esta práctica científica.
A lo largo de nuestras vidas, mantenemos relaciones placenteras y estimulantes, que nos llevan a dar lo mejor de nosotros mismos; sin embargo, damos lugar –a veces sin proponerlo- a relaciones que nos desgastan y que pueden lograr destruirnos sin querer. Con el pretexto de la tolerancia, nos volvemos indulgentes ante ataques de perversidad en la familia, en la vida política y social, en nuestras relaciones laborales, en nuestra vida cotidiana.
Esta cuestión de no aceptación del otro muchas veces permanece tan solapada en nuestra actitud, que decimos no discriminar cuando en realidad lo único que se practica es una constante necesidad de demostrar el poder que ejercemos sobre el otro con nuestros discursos, con nuestros actos, con la violencia psíquica directa o indirecta hacia los demás. La salud social es tan importante como la salud individual, y no podemos pensar en tener aquélla sin esta.
Las técnicas de desestabilización que se manifiestan entre los perversos tienen que ver con las insinuaciones, las alusiones malintencionadas, la mentira, las humillaciones. Resulta sorprendente cómo las víctimas de tales conductas no acusan recibo de esas manipulaciones malévolas.
Cuando estas actitudes de agresión, en un proceso inconsciente de destrucción psicológica, de uno o varios individuos hacia un individuo determinado se hacen constantes, logran descargar sobre el otro la responsabilidad de lo que no funciona.
Si no hay culpa, no hay sufrimiento.
Propio. Del otro que arremete desde sus acciones hostiles evidentes u ocultas, por medio de palabras anodinas, de alusiones desdibujadas, de actitudes que horadan la piedra sin dejar de permanecer al margen, sin involucrar la propia responsabilidad. Pero el otro, sin tener a veces la manera de comprender desde dónde y por qué motivos se ha convertido en blanco de esas actitudes, sufre las consecuencias del acoso y se perturba.
La cultura de este momento está plagada de ejemplos donde la destrucción del hombre por el hombre se ha convertido en moneda corriente. La cuestión del poder, del poder de los espacios y los espacios del poder, ha convertido a la convivencia del hombre en un tormento que muchas veces enferma más allá de los cuerpos, más allá de los psiquismos, horadando el alma.
Dicen que pesa veintiún gramos.
Cualquiera que sea amante del cine podrá haberlo visto representado en una película que lleva ese nombre. Pero a veces, el alma atribulada de prejuicios y dolor, pesa mucho más que los cuatro kilos que dicen que pesa la cabeza.
¿Cuál será el peso de un corazón? Puesto que en él centramos nuestros sentimientos, lo representamos atravesado por la flecha del amor, lo simbolizamos en todo un sinnúmero de apreciaciones y gráficas que dan cuenta de la pasión más colorada enrojecida de pudores, le damos margen para la alegría más profunda y los sonidos de la ensoñación. Pero en este aquelarre de juramentos y traiciones, de perversidades y sentimientos encontrados, de desprejuicio y manotones de ahogados, de moretones en el alma y Cruela Devil contorneando sus caderas en un hipnótico baile de lujuria y avaricia, el sálvese quién pueda rige el cosmos y lo apabulla.
Dicen los que saben que los ciclos culturales tienen una cima y un sial; que hay que llegar bien profundo cuesta abajo en la rodada para lograr salir de este tormento. ¿Faltará mucho?
¿Cuán profundo hemos llegado en esta cuestión de las perversidades que a veces ni siquiera podemos tener en cuenta su nocividad y su peligrosidad para defendernos mejor?
Marie-France Irigoyen en su libro “El acoso moral”, da cuenta impecable del maltrato psicológico en la vida cotidiana. Lo padecemos con tanta frecuencia, resulta tan fácil de identificar en algunos casos, aún a pesar de las desgarradoras heridas que quedan a raíz de las manipulaciones del perverso, que los rastros de amargura o de vergüenza por haber sido engañados a veces afectan hasta a la misma identidad de la persona de manera cruel y terminante. Nos convertimos en víctimas sin quererlo. Los pequeños actos perversos son tan cotidianos que parecen normales. Comienzan con un abuso de poder, una sencilla (¿?) falta de respeto, una mentira, una manipulación, la sorna con que se deja caer alguna pregunta cargada de cinismo.
La forma de conducirse de determinados actores sociales, culturales, laborales, con relación al otro determina una desvalorización que puede legar a descargar la autoestima del sujeto en una descalificación que no siempre tiene referente porque al no tener la seguridad de ser comprendidas, las víctimas callan y sufren en silencio.
Insisto. Me volveré temática. La comprensión, el respeto, la valorización de las actitudes del otro, el descubrimiento y la aceptación del otro y sus premisas, sus espacios, sus tiempos, sus cosmovisiones, ¿están demodée? ¿son historia antigua? ¿pertenecen a otra cultura? ¿dónde vivimos? ¿qué estamos haciendo con nuestra calidad de vida? ¿es calidad debida?
Dejar de pensar en singular es una práctica saludable. Cuando uno puede trascender la propia mirada y abarcar con el corazón el sufrimiento del otro, creo que es cuando dejamos de ser uno y el mundo para convertirnos en uno con el mundo.
Como dijo Torcuato Di Tella, dos más dos pueden no ser cuatro, pero siempre es más que dos.
Comprender el poder de los espacios es también situarse en una situación de igualdad con el otro que redunda en ejemplos de cooperativismo, solidaridad, comprensión, comprehensión, valoración. La posibilidad de compartir los espacios para crecer, para dar, para recibir, para curar, para sanar, para elevarse y planear, más que para reptar en un asqueroso suplicio de quebrantar la ilusión del otro nada más que por la propia enfermedad que enferma y empobrece no sólo al otro, sino a toda la sociedad, nos ha sido dada.
Tenemos libre albedrío.
Era lo que nos diferenciaba del chimpancé, de Neandertal, de Cro- Magnon.
Sin embargo, en esta macabra mueca del destino, nunca hemos estado más próximos a Cro-Magnon. ¿acaso no es una herejía?
¿O será que no sabemos leer?
En la madrugada del 30 de diciembre, conociendo la perversidad de una infausta noticia que cubrió de luto a un país entero, no pude dejar de relacionar el nombre de la disco con la barbarie que se le atribuía al Hombre de Cro-Magnon… sólo que en el 2004, más allá del Carbono 14 y todas las pruebas actuales de cronologización, tenía nombre y apellido.
Más allá de las identidades individuales o colectivas, más allá de las personas y sus documentos, sus prontuarios o sus causas, la perversidad con que actuamos horroriza. La calidad de vida no tiene que ver tanto con la capa de ozono o la polución ambiental, la tala de bosques o las tierras de los wichí, que también interesan y son importantes; las calorías de la alimentación sana o las clases semanales de pilates.
Depende del alma, del corazón, de todo el cuerpo.
Depende de nuestra salud mental y espiritual.
De la calidad debida para nosotros y para con los demás.
estoy aquì
Y estoy aquí, otra vez, pensándote.
Sabiendo que está de más. Que no interesa tu sentencia.
Ya está resuelto.
Sin embargo, vacía quedo sin saber de tu presencia.
Porque no hubo preguntas ni requiebros.
Porque la suerte estaba echada.
Y fuiste vos, porque tuviste que serlo.
Como hubiera seguido no-siéndolo por mucho tiempo.
Y el carisma de mi esencia seguiría por romanza.
Por teorema.
Por costumbre de no asumir la circunstancia de cambiar
el estado corpóreo,
de la equidistancia pendular,
del mismo círculo envenenado porque sí.
Y cambiar -cambiando-nada.
Y reír, sintiendo la espalda mancillada de reproches.
Que quedaron atrás,
que nunca hubieron.
Que no sentí sino alegría de saberlo yerto.
Compartido en la penumbra de mi mente.
Gris y sol.
Aguilas y anguilas cerniéndose en el alba.
27/III/75
vagaba por tu ausencia
Junto al rumoroso río
nos sentamos, espontáneos.
Huésped insaciable de mi mente,
me encontraste cuantas veces has querido
en esta tarde.
El santuario inmortal de mi memoria
recorrió su desdicha por estos lugares.
Flotaba con la gracia
de las aves,
Susurrando pensamientos al amparo
del mandato solemne
de tu abrazo.
Mientras tanto,
tu merodeo peregrino
desgrana arpegios, solitario de mi rumbo,
lejos de este río que te llama
con mi canto,
susurro de cigarras para siempre
aunque ya…
se terminó el verano.