CUENTOS PARA LA SIESTA
RAPSODIA DE MIRADAS
Lic. María Inés MALCHIODI
Becaria BAS XXI
Literatura
Tuve ganas de verte.
De inventarme una aventura.
Decidirme a mirarte porque si, de frente, con descaro desmedido.
Insistiendo en cada vuelta una sonrisa; exigiendo la atención de cada
vez.
Intenté volver atrás en el ocaso, desde la
primera vez que me miraras. (O te miré yo, no se). Fue mutuo y al unísono. Lo
recuerdo sin neblina a pesar de la distancia en este tiempo despreocupado de
vos.
Te conocí en otoño, cuando recién se
arremolinaban las primeras hojas ocres en las veredas. Había un olor especial
de otoño reincidente y atrevido en las calles de tu pueblo, y me prendí a la
tarde para acompañar mi soledad a medias. Creo que si me propongo, hasta puedo
recordar lo que llevabas puesto. Te miré sin demasiado interés, con algo de
monotonía en un primer momento. La tarde pintaba de amarillo soleado las calles
sin demasiada gente, los negocios semivacíos, la tediosa rutina de las calles,
y las casas y los perros. Aún era temprano y no hacía frío. Aún no, lo recuerdo
con los sentidos.
No fue arrebol de tu encuentro lo que me
proporcionó ese templado bienestar del cuerpo ya vestido. No fue que me
sacudieras con tu presencia, no recuerdo haberlo presentido. Pero algo hubo de
suceder en la programada computación de los haberes, porque me quedó impresa tu
figura en las retinas con fugacidad aparente, con indeleble premura, casi hasta
con melancolía. Recuerdo nítida tu mirada inquisitiva con que alargaste los ojos
a mi encuentro queriendo saber sin preguntar nada, queriendo quedar inmerso en
las pupilas. El viejo Correo guardó los pasos que con turbación precedí cuando
saliste, y te miré distante, desde dentro, devolviendo de a poco y con cautela,
tu interés por mi presencia.
Después, volví a encontrarte aquella tarde.
Saludarnos fue casi obligación. O por lo menos, me pareció que así sería. Volví
a encontrarte mil veces cada viaje, cada tarde, cada día sin lluvias ni
tormentas. Cada soleada insistencia de invierno frío, desteñido de placeres e
ilusiones.
Tuve ganas de saber de vos alguna vez. Una
insistente persistencia en la furtividad de tu presencia o de la mía irrumpiendo en tus tardes sin
querer, se hizo obligación en la pregunta. Sin demasiado entusiasmo. Sólo una
íntima necesidad de pensar que alguien me pensara. Quizá fue sólo eso. Un
narcisismo escondido en mi estructura despintada del invierno, mientras la
nueva vida en un pueblo prestado sin saber por cuánto tiempo iba tejiendo la
trama de la misma vida nómade hacia la prosecución de mi futuro. Quizá no fuera
más que las ganas de gustarle a alguien que me mirara porque sí, porque la
curiosidad pudo más que los discretos que también miraban, pero no lo dejaron
traslucir de esa manera. De algunos, que quizá fueran más cautos, y la urgencia
quedó allí, sin encender ni apagar ningún pabilo.
Fuimos mirándonos muchos días, durante casi
todo un año.
En tantos días, alguna vez habrás cumplido tus
cuarenta años.
Alguna vez habrás estado triste.
Alguna vez, apasionado y eufórico.
Alguna vez me habrás mirado contento.
Alguna vez
me habrás imaginado lejos en la presencia y en el recuerdo. Y en las ganas de mirarme y
en las ganas de encontrarme y de tenerme y de dejarme.
Tal vez.
Quién sabe.
En tantos días de mirarte sin interés, sin
demasiada curiosidad, sin querer saber de vos más que me mirabas, tu saludo me
quedaba prendido en las imágenes.
Y los sueños de la edad fueron haciéndose más
austeros.
Y las ilusiones, vanas.
Y las desdichas, duraderas.
En tanto tiempo, yo también fui perdiendo días,
o fui ganando vida en la pausa, o fui gastando años en la prisa, y cumplí mis
años sin ningún tirón de orejas, sin ningún recuerdo grato, sin ninguna
presencia.
Vos y yo tan alejados en los festejos.
Vos y yo tan ajenos en las realidades.
Vos y yo tan inventados por mi imaginación
menesterosa de intereses.
Vos y yo tan apartadas en las consecuencias
veraces de tanto saludo dedicado al encuentro y ya pasó, me fui, hasta la
próxima vez que te encuentre, y me mires, y te vea, y me saludes y te conteste,
en este acompasado ritmo adolescente de no saber por qué me miras.
Por qué me sigues.
Por qué te busco, incandescente.
Por qué me llamas a seguir pensándote, si yo
muy bien no lo sabía hasta hace poco, un día cualquiera, en que me desperté
soñándote sin querer. Sin saber por qué te filtraste en mi memoria inconsciente
en la vigilia, y fue una urgente necesidad de buscarte y mirarte y sonreírte
como nunca.
Y contarte sin palabras que estuviste allí tan
vívido, tan perfecto tu rostro entre mi almohada y mi mente y mi sentido
impúdico y cauteloso a la vez, que te soñó en silencio, como siempre, sin
palabras.
Sólo tu mirada insistente que llamaba mi
atención otra vez, mil veces más en tu saludo, y mi emoción galopando hacia tu
encuentro de miradas.
Fui al pueblo ese día por deber. Como nunca,
tan alegre y decidida en mis ganas de encontrarte. Si hasta me pareció que no
había sido un sueño. O por tu almohada navegaron también los gnomos de mi
complicidad y de mi espíritu. La intriga se mezcló con la mirada, se hizo lava
la liquidez de tus ojos contestando a mi emoción.
No se si me esperabas.
No se si querías verme.
No se qué imaginabas en cada vuelo de saludo y
fantasía.
Comencé a vagar por tu presencia, como el
viento que se agolpa en los zaguanes en puñados de hojarasca cada vez con mayor
alboroto, con mayor imprudencia cada vez.
Comencé a buscarte en las ganas de tu
encuentro provocando una mirada,
convocando en tus ojos la sonrisa oculta por el miedo y la ansiedad.
Y te miro, y te llamo y te insisto con los ojos
arrebolados de inquietud.
Tengo ganas de encontrarte en cada vuelta. Que
me hables, me preguntes, me respondas, me regales la mirada de mi sueño.
Tengo ganas de buscarte y que me busques, y que
me sigas, y que me encuentres, y que me digas el por qué de tanto vuelo, el
también de tu seguirme cada día un poco más lejos, pero cuándo llegarás hasta
mi encuentro.
He inventado cien maneras de encontrarte o que
me encuentres.
He encontrado mil formas de hablarte y de
escucharte.
Una sola vez.
Así de simple.
Desterrar la duda que me enferma en cada
pregunta echada a volar al vacío y a la duda misma, de saber si existes o te
inventé en el sueño de esa noche en que te tuve cerca por un rato.
Y creí que mi desdoblado yo volando con mi
espíritu también se agazapaba en tu sueño por un rato.
Y te llamé en silencio, y convoqué tu voz, y me
quedé prendida a la ilusión de inventar esta locura por un rato, que ya está
haciéndose una eternidad de
indecisiones.
Mientras tanto, te pienso. Y repienso las veces
que te viera, y repaso las miradas que me diste, el saludo empecinado en
demostrarte que ya basta de ojos y de bullas y silencios.
Tal vez el regalo de tu piel tan solo por un
rato.
Tal vez, el murmullo de tu voz inventando un
desafío. Intentando un desacierto arrepentido de futuro.
Tal vez, el regalo de tu beso robado entre las
sombras del camino, en los rincones del alma, entre las llamas del infierno
recreado en la inconciencia sin prejuicios. Por placer.
Tal vez, todo junto festejando este primer
aniversario de mirarnos.
Vos y yo sin saber nada más que lo inventado.
Vos y yo, saludándonos sin prisa en las calles
de tu pueblo.
Vos y yo perdiéndonos la alegría del encuentro.
Vos y yo sin animarnos a intentar el desafío.
Vos, en la complicidad de tu mirada, tu saludo,
tu recuerdo cada día solitario.
Y yo.
Yo sin vos en las ganas de mirarte.
Yo queriendo.
Yo volviendo por las calles de tu pueblo.
No se por cuánto tiempo en la espera de tu
tiempo.
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