ARTE Y ANTROPOLOGÍA
Comentarios a propósito de la creatividad.
MARÍA INÉS MALCHIODI *
De la cuestión antropológica
La búsqueda de la belleza es un universal en la experiencia humana. La Filosofía, desde sus primeros atisbos, ha debido desentrañar el problema del impulso para la creación y la belleza inherente a la naturaleza del hombre; la belleza en sí misma, el concepto de lo bello, y la aproximación de este hombre que se acerca a la naturaleza con una fuerza creadora, repetidora de ella y de la belleza en cada una de sus manifestaciones.
Tratar de entender la universalidad del impulso del hombre por embellecer los objetos utilitarios, hasta el punto de disminuir la utilidad del objeto, sería aproximar a un planteo racionalista en sentido más estricto, la virtud espiritual del hombre buscando la satisfacción de una de sus más profundas manifestaciones, como son las que surgen del trabajo de la imaginación creadora, esa innumerable variedad de formas que involucran y envuelven cada una de sus expresiones y manifestaciones del espíritu.
En la actitud estética del hombre, del grupo social abordado, ponemos a interactuar los elementos más profundos de una cultura, no como un simple relato de hechos asequibles, estadísticos, sino como la belleza en sí misma, el concepto estético que de esa cultura emana; el gozo y el placer que se desprende del trabajo creador y creativo de los hombres.
Antes de interiorizarnos directamente con el tema de las creaciones del espíritu, convengamos en dibujar a mano alzada un conocimiento de los elementos que componen la cultura ; trataremos de desentrañar qué es esta “cosa” – al decir de Chalmers, acerca de la ciencia- llamada Antropología, y de qué manera vamos interiorizándonos en cada uno de los elementos que contribuirán a dar forma más acabada a esta concreción del trabajo del hombre sobre sí mismo, sobre los modelos encerrados en sus moldes interiores; esto es el arte, los componentes que le dan soplo y vida, que acrisola en las vetas más profundas de espíritu atribulado por la explosión interior de sus manifestaciones, de la manera más holgada posible, con la holgura que proporciona la libertad de la creación, el ánima creadora de los hombres.
De manera muy sencilla, diremos que la Ciencia de la Antropología puede dividirse en dos grandes ramas, una que toma en cuenta la forma física del hombre (la Antropología Física) y la otra, lo que da cuenta del comportamiento de este hombre, sus creaciones, sus adquisiciones, sus vivencias, sus modificaciones , sus transmisiones y sus aprendizajes. A esta última, llamamos Antropología Cultural.
No he de detenerme en este análisis, en la descripción profunda de la vertiente física del estudio del hombre. Sin embargo, conviene recordar aquí que la Antropología Física es en esencia el estudio de la biología humana, y sus estudiosos se abocan al análisis de problemas relacionados con las diferencias raciales; las transmisiones de rasgos somáticos de generación en generación; el crecimiento, desarrollo y decadencia (o decrepitud, envejecimiento) del organismo del hombre; las influencias del ambiente natural que actúan sobre él y modifican su estructura física, entre innumerables otros.
En cada una de estas apreciaciones, a partir de cada uno de los elementos antes mencionados, cabe también pensar la cuestión del arte, aunque no sea ésta la oportunidad en que nos adentraremos en su análisis.
Los antropólogos culturales estudiamos toda esa amplia gama de procedimientos, técnicos o no, manuales o no, ideados por el hombre para enfrentarse cotidianamente con el hábitat donde vive, relacionándose no sólo con la naturaleza o el “paisaje” que lo contiene y da marco a su realidad, sino también con su ambiente social, y las pautas que de una u otra manera van tejiendo la trama de la sociedad en la que vive, y en la que dará creación, aprendizaje, conservación e impronta propia y característica a un cuerpo de conductas que luego llamaremos costumbres, a fuerza de repetición, aceptación y transmisión, herencia, vivencia, tiempo.
El Antropólogo Cultural se interesa por aprehender, comprender, cada una de las actitudes de los integrantes de un grupo social, de una comunidad, y cómo estas organizaciones de relaciones sociales, familiares, políticas, económicas, pueden variar de un pueblo a otro, y sin embargo, servir a cada uno para lograr su adaptación para la vida. No solamente resulta interesante conocer y analizar desde la investigación del antropólogo cultural, la forma de tejer una red de pesca, la manera y sentido en que el hombre abotona su camisa en Occidente, la narración mítica de la creación del mundo de alguna o todas las culturas.
Al momento de su estudio, el antropólogo cultural puede interiorizarse por un determinado cuerpo de costumbres de un pueblo, o – si se concentra sobre algún aspecto de esa cultura- trasladará su objetivo principal al análisis de la interrelación de ese aspecto con las otras fases de la vida del pueblo.
Para entender la naturaleza esencial de la cultura, debemos tomar en cuenta algunos elementos que indican la universalidad de la misma, en la experiencia del hombre. A pesar de ello, cada manifestación local o regional de la cultura es única. Más aún, a pesar de su estabilidad, la cultura es dinámica y manifiesta contínuo y constante cambio. Por otra parte, determina de manera amplia y completa el devenir de la vida del hombre, sin que se manifieste de manera consciente.*
Del estudio de la relación del hombre con su hábitat, se derivan los estudios del modo en que un pueblo vive, donde modela cada etapa de su vida, y la configuración que a partir de ésto dará como resultado, su cultura. El ambiente natural de una cultura no sólo establece el escenario para la cultura, sino que determina la acción que se desarrolla en ese escenario. Conviene entonces tener en cuenta la importancia de la flexibilidad que el hábitat permite a las instituciones culturales, y la manera en que se desenvuelven la totalidad de las características del hombre en relación directa o indirecta con el medio.
Sin embargo, las diversas actividades humanas, incluyendo sus manifestaciones del espíritu y su creatividad, no resultan igualmente afectadas por el hábitat. Por consiguiente, todo análisis de esta relación hombre-medio, hombre-hábitat, debe referirse al modo diferente que tienen de responder los diversos aspectos de la cultura al medio natural, evitando así grotescas generalizaciones que no hacen sino afectar a las culturas en su integridad, diluyendo su condición de “otro cultural”.
Al mirar una cultura en su conjunto, se estudia la tecnología y la vida económica; las instituciones sociales, políticas y familiares; la religión y sus sistemas de creencias; el folklore, la lingüística, el arte.
A partir de este análisis, no se limita a analizar cada uno de los aspectos antes mencionados para distinguirlos de los demás. Al contrario, se los considera formando un sistema, una forma, un modo de ser del hombre que actúa en comunidad, que adapta el pueblo a su medio, y con ello su especial, único e irrepetible patrón de comportamiento en sus acciones cotidianas.
La Antropología Cultural tiene afinidades más amplias con otras disciplinas que cualquier otra rama de la Ciencia Antropológica. Como trata de la creación del hombre, de las obras del hombre, en toda su magnitud, todas sus investigaciones se proyectan sobre el fondo de la cultura total.
En lo cotidiano, hombres y mujeres se mueven en la vida, en su vida, de un aspecto de sus vidas a otro, sin darse cuenta en absoluto del análisis y la independencia con que el antropólogo separa estos aspectos para los fines de sus estudios.
Cada miembro de la sociedad necesita adquirir una fracción, una porción del total de la cultura en la que vive y de la que tiene necesidad, para crearse una posición en la vida de la comunidad. Las limitaciones que tiene el contenido posible de una cultura son las facultades combinadas para aprender, que poseen los individuos cuyo conjunto compone la correspondiente sociedad. No interesa cuán rica y compleja sea una cultura: siempre hay espacio para nuevas adquisiciones y manifestaciones.*
Parecería bastante seguro que las condiciones observadas con respecto a los tipos psicológicos no pueden explicarse completamente sobre la base de las influencias culturales. Podría hacerse sobre la base de estas influencias funcionando en combinación con las cualidades constitutivas del individuo, o con sus relaciones interpersonales y sociales.
La personalidad del individuo, al igual que las culturas, derivan sus cualidades de la interacción de múltiples y variados factores, y podríamos decir –sin temor a equivocarnos- que cualquiera de estos variados factores puede ejercer una influencia dominante en todas las circunstancias.
El lenguaje y la vida social organizada, suministraron al hombre algunos instrumentos para la transmisión y conservación pasiva de culturas de cualquier complejidad. La vida social ha contribuído a aportar una herencia más rica, y esta herencia social deviene en la cultura que hace adaptar el individuo a su lugar, dentro de la sociedad.
En el campo del arte, más precisamente, los especialistas se afanan en buscar el conocimiento más amplio de toda clase de expresión estética entre los diferentes pueblos de la tierra.
El rol social del arte ha pasado a primer plano desde años atrás, descubriendo y tratando de explicar el simbolismo de las piezas de arte primitivas, buscando el significado y la integración de las manifestaciones de las culturas que las producen, internándose en la importancia que representa para el pueblo que les da vida, qué impulsos actúan sobre el artista y cuál es la función que ejerce el arte en la sociedad en que se desenvuelve.
El perfeccionamiento de las herramientas, la adopción de la caza organizada y de las prácticas de recolección, los comienzos de organización de la familia, el descubrimiento del fuego y lo que es más importante, aunque resulta todavía extremadamente difícil rastrearlo en toda su complejidad, el hecho de valerse cada vez más de sistemas de símbolos significativos, como el lenguaje, el arte, el mito, el ritual, en su orientación, comunicación y dominio de sí mismo fueron factores que enmarcaron al hombre en un nuevo ambiente, que a la vez que lo contuvo, hizo que se adaptara a él. Al decir de Clifford Geertz, ...”de manera literal, aunque absolutamente inadvertida, el hombre se creó a sí mismo” .**
En la constante búsqueda del antropólogo por encontrar la herencia cultural del hombre, en la abigarrada soledad que acompaña sus cavilaciones, el camino pasa a través de una espantosa complejidad...
De las artes y las creaciones del espíritu.
La innumerable variedad y calidad de formas que expresan la belleza, surgidas de la imaginación creadora del hombre, proporciona una de las más profundas gratificaciones que él mismo conoce.
Desde una actitud estética, podremos captar en las manifestaciones propias de cada cultura, el verdadero placer del trabajo de la mente en íntima comunión con el espíritu creador.
El arte es una parte de la vida, y no puede separarse de ella. Dondequiera que esté en juego el impulso creador, se encuentran individuos que sobresalen y aquéllos que no recibieron nunca el soplo de la inspiración artística, el virtuosismo, el dominio supremo de las técnicas, cualquiera sea la manifestación de la creación de que se trate.
Desde el más amplio sentido, el arte debe ser considerado como el embellecimiento de la vida cotidiana. La más profunda inspiración, el verbo conjugado en cada impronta, la sensibilidad puesta a vibrar en cada fibra del hombre en cuanto hombre, creación artística también él, en la maravillosa y mágica creación del Universo.
No trataremos aquí las diferentes manifestaciones de la creación artística, única e irreversible concreción del hombre. No nos internaremos en las investigaciones de los diferentes períodos, escuelas, tendencias y todo otro estudio del desarrollo de las formas de arte.
Sin embargo, no podemos dejar de ver en los primitivos grabados y dibujos murales de las cuevas del centro de Europa, que el realismo puesto de manifiesto no tenía otra limitación que la incapacidad técnica para sugerir la profundidad. El modo de tratar las figuras especialmente de perfil, así como el problema no resuelto que ofrece al análisis, la necesidad de dibujar las cuatro patas del animal, deja al descubierto otra vez, más bien una incapacidad técnica que la necesidad de obtener una representación realista.
Del análisis y la lectura de los diferentes períodos por los que se desarrolló el arte, sea desde el paleolítico europeo a la más próxima realidad actual, nos damos cuenta de qué manera y en qué profundidad, cuán persistentes pueden ser los elementos estilísticos en relación o en comparación con las formas de arte de una cultura diferente.
La vida creadora, la creatividad propiamente dicha, se halla fuera de la influencia de la cultura. Sin embargo, la vida creadora no se halla fuera de la influencia de la experiencia en la cultura. En toda sociedad, el artista es el experimentador, el renovador, el rebelde. Aunque, es innovador solamente dentro de los límites que se imponen a su ex experiencia creadora, y en su experimentación, está influído por factores que, de manera inconsciente, lo guían en su experiencia creadora, como son guiados todos los aspectos de la vida de todos los hombres de todas las culturas.
En arte, como en toda la cultura, los patrones estilísticos preexistentes son los que impiden que los cambios se produzcan al azar; el investigador, por su parte, puede trazar las líneas invisibles donde ensartar los cambios que se van produciendo a través de los tiempos y las motivaciones.
Cualquiera sea el virtuosismo o el talento de un artista, su capacidad creadora se expresará irremediablemente dentro o según las líneas trazadas por el estilo del arte establecido en su cultura. Es la maestría suprema en la técnica utilizada por cada emergente de cualquier cultura, lo que le permite jugar con ella, con los materiales, los colores, el diseño, la forma; Cronos y cromos, todas las representaciones, figura- forma, potencia- acto, actor.
Entonces, en todas las sociedades los impulsos estéticos encuentran su expresión de acuerdo con los patrones de belleza determinados por las tradiciones de su pueblo. Desde la esencial impronta de belleza, ningún arte es casual, incipiente, inconsistente. Es expresión del deseo de belleza que encuentra su cauce en el derroche cotidiano de virtuosismo técnico en los objetos de uso cotidiano, y en los más elevados soplos de arte puro.
Es demostración del deseo de belleza expresado en la aplicación de la destreza técnica, a través de las formas que reflejan las percepciones y los canales de expresión de la imaginación de los miembros de cada sociedad, imbuídos –a veces- en la diacronía del soplo creativo.
De la creatividad, el arte y la cotidianeidad
Esta cierta tendencia de la gente, de estudiar los conceptos antropológicos desde una óptica que hace pie en el pasado más remoto, y en las manifestaciones de los pueblos ágrafos, arrinconados o dispersos en el más antiguo de los mundos, obliga a reflexionar acerca de qué ocurre con nuestra creatividad, nuestra más pura expresión o manifestación artística, y nuestra cotidianeidad.
Sin lugar a dudas, esto es un síntoma elemental en cualquier estudio de comunidad que nos planteemos. Síntoma de la necesidad –acaso- de poner en el afuera de nuestro discurso toda una interioridad que –quién sabe por qué- no nos animamos a reflejar.
Es acaso la competitividad lo que nos aleja de la producción genuina?
La ausencia de modelos válidos, de referentes sumergidos en la hipocresía, es lo que agobia nuestra manifestación artística empujándola hacia abismos de profundidades inescrutables?
Sin miedo a las reiteraciones, es necesario hacer pie en éste inconmensurable dique de aguas inconvenientemente profundas, en el pozo negro que sugiere la carencia de sencillez y sensatez a la hora de dejar plasmar en las creaciones todo el caudal irrefrenable de la creatividad del hombre de los últimos años de este siglo.
La falta de compromiso es una carencia imperdonable en este hábitat cultural de pobreza y de miseria aún en las manifestaciones del arte. La falta de amor que nos embarga, parecería ser el principal motor que filtra aún hasta el menor atisbo de belleza en los rostros de la gente, aquí donde antropológicamente es sano confundir en las terminologías, pueblo, gente, sociedad, nación, estado; comunidad, contenido, continente; hogar, familia, célula, sentido, sentimiento.
Y en este desgranar los términos del lenguaje, tan empobrecido como las manifestaciones del arte de éstos tiempos, volvemos a hilvanar las cuentas de la historia de los pueblos, descriptos maravillosamente por cada autor en sus investigaciones, pero carente también allí de este espíritu inquieto, cual duendecillo de cuento de hadas, que necesariamente hubo de haber sobrevolado en el corazón de los pueblos, en el espíritu de todas las colmenas, intentando ensartar el amor latente, en el latido de sístole y diástole de cada necesidad de crear, recorriendo la fibra del cuerpo del hombre de todos los tiempos.
Porque, necesariamente, desde los orígenes de todos los hombres, y más allá de las redacciones y pinceles y paletas de todos los autores, con una fuerza innegable y contundente, no pudo haber belleza, creación artística, arte, en cualesquiera hayan sido sus manifestaciones, donde no pudiera estar presente el amor.
Hablamos de sentido, de sentimiento, de creación, de creatividad, términos acuñados por los lenguajes de todos las culturas. Y, sin embargo, estamos culturalmente dibujados, antropológicamente programados, para hablar desde la más profunda de todas las expresiones academicistas, en términos consensuados, articulados, determinados por la corriente cultural, donde casi no hay lugar para la expresión del sentimiento.
No es –acaso- también esto, una expresión del espíritu, aún del más elemental y primario de todos los hombres?
Dónde queda la pasión en todo esto?
Dónde ponemos el afecto, el sentir, el sentimiento?
Dónde colocamos las motivaciones personales en cada uno de los actores, de cada una de las sociedades contenedoras, generadoras y modeladoras de hombres, argumentos, creaciones, arte?
Desde épocas muy remotas, los artistas adoptaron la costumbre de hablar por medio de sus obras. Si repasamos la historia del arte, a través de cualquiera de sus manifestaciones podríamos recorrer la historia de la humanidad.
En todos los casos, las obras demuestran un mundo propio que es coherente con los personajes, inseparables de la pintura, las letras, la música.
A través de cualquiera de ellas, también podremos analizar la vida cotidiana, las expresiones de urgencia o paz en los colores, el grito exhultante de alegría o de dolor en los acordes, las letras más comprometidas invocando a la belleza, el amor, la Creación.
Sin embargo, aparecen ciertas constantes, esto es la de toda expresión artística humana, actual, primordial, descubierta cada día a partir de la concreción artística del hombre trabajando sobre sí mismo, tratando de arrancar de su inmemoriable civilización anterior e interior, y de allí en más, conceptualizando acaso los legítimos elementos de los que partió la estética. El bien y el mal, lo bueno y lo malo. Formas y colores que se originaron en un revuelo interior categorizando las verdaderas manifestaciones artísticas y estéticas en un código que exige ser descifrado.
No podemos saber, sin embargo, cómo se entremezclaron entonces, se confunden o mimetizan aún hoy y cada día, las expresiones en el receptor, tan poco preparado para recibir, no sólo amor. Por desgracia, a menudo estamos condenados a resultar meros espectadores venidos de muy lejos, de demasiado lejos, atrás en el tiempo y las interprertaciones; y a partir de allí, la compulsiva confusión de la belleza, la armonía, el despertar al grito atávico de la inspiración, si no la inexplicable fuerza interior en la explosión estética del artista de todos los tiempos, en cualquier lugar.
La estética, la armonía de las formas, la belleza, el color. Aún hoy en las creaciones. Ahora y siempre en la magnífica concreción de la vida llevando la mano del que puede, sabe y quiere perpetuarse y pertenecer.
SAN LUIS, julio de 1998.-
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
* READ, HERBERT: Educación por el arte, Paidós, Buenos Aires, 1969
· HERSKOVITS, MELVILLE J.: El hombre y sus obras, Fondo de Cultura Económica, México, 1973
· BOUNOURE, VINCENT: Pintura americana, Aguilar, Madrid, 1969
· BLOOM, ALLAN: La decadencia de la cultura, Emecé, Buenos Aires, 1986
· LINTON, RALPH: Estudio del hombre, Fondo de Cultura Económica, México, 1972
· GEERTZ, CLIFFORD: La interpretación de las culturas, Gedisa Editorial, México, 1973
* Antropóloga, miembro del Proyecto de Investigación de SCEyT nro. 4-1-9301 “Nuevas Tendencias Epistemológicas: Su impacto en las Ciencias Humanas”, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de San Luis.
*Herskovits, Melville J., El hombre y sus obras, Fondo de Cultura Económica, México, 1973
* Linton, Ralph: Estudio del Hombre, Fondo de Cultura Económica, México, 1972
** Geertz, Clifford: La interpretación de las culturas, Gedisa Editorial, México, 1987
Comentarios a propósito de la creatividad.
MARÍA INÉS MALCHIODI *
De la cuestión antropológica
La búsqueda de la belleza es un universal en la experiencia humana. La Filosofía, desde sus primeros atisbos, ha debido desentrañar el problema del impulso para la creación y la belleza inherente a la naturaleza del hombre; la belleza en sí misma, el concepto de lo bello, y la aproximación de este hombre que se acerca a la naturaleza con una fuerza creadora, repetidora de ella y de la belleza en cada una de sus manifestaciones.
Tratar de entender la universalidad del impulso del hombre por embellecer los objetos utilitarios, hasta el punto de disminuir la utilidad del objeto, sería aproximar a un planteo racionalista en sentido más estricto, la virtud espiritual del hombre buscando la satisfacción de una de sus más profundas manifestaciones, como son las que surgen del trabajo de la imaginación creadora, esa innumerable variedad de formas que involucran y envuelven cada una de sus expresiones y manifestaciones del espíritu.
En la actitud estética del hombre, del grupo social abordado, ponemos a interactuar los elementos más profundos de una cultura, no como un simple relato de hechos asequibles, estadísticos, sino como la belleza en sí misma, el concepto estético que de esa cultura emana; el gozo y el placer que se desprende del trabajo creador y creativo de los hombres.
Antes de interiorizarnos directamente con el tema de las creaciones del espíritu, convengamos en dibujar a mano alzada un conocimiento de los elementos que componen la cultura ; trataremos de desentrañar qué es esta “cosa” – al decir de Chalmers, acerca de la ciencia- llamada Antropología, y de qué manera vamos interiorizándonos en cada uno de los elementos que contribuirán a dar forma más acabada a esta concreción del trabajo del hombre sobre sí mismo, sobre los modelos encerrados en sus moldes interiores; esto es el arte, los componentes que le dan soplo y vida, que acrisola en las vetas más profundas de espíritu atribulado por la explosión interior de sus manifestaciones, de la manera más holgada posible, con la holgura que proporciona la libertad de la creación, el ánima creadora de los hombres.
De manera muy sencilla, diremos que la Ciencia de la Antropología puede dividirse en dos grandes ramas, una que toma en cuenta la forma física del hombre (la Antropología Física) y la otra, lo que da cuenta del comportamiento de este hombre, sus creaciones, sus adquisiciones, sus vivencias, sus modificaciones , sus transmisiones y sus aprendizajes. A esta última, llamamos Antropología Cultural.
No he de detenerme en este análisis, en la descripción profunda de la vertiente física del estudio del hombre. Sin embargo, conviene recordar aquí que la Antropología Física es en esencia el estudio de la biología humana, y sus estudiosos se abocan al análisis de problemas relacionados con las diferencias raciales; las transmisiones de rasgos somáticos de generación en generación; el crecimiento, desarrollo y decadencia (o decrepitud, envejecimiento) del organismo del hombre; las influencias del ambiente natural que actúan sobre él y modifican su estructura física, entre innumerables otros.
En cada una de estas apreciaciones, a partir de cada uno de los elementos antes mencionados, cabe también pensar la cuestión del arte, aunque no sea ésta la oportunidad en que nos adentraremos en su análisis.
Los antropólogos culturales estudiamos toda esa amplia gama de procedimientos, técnicos o no, manuales o no, ideados por el hombre para enfrentarse cotidianamente con el hábitat donde vive, relacionándose no sólo con la naturaleza o el “paisaje” que lo contiene y da marco a su realidad, sino también con su ambiente social, y las pautas que de una u otra manera van tejiendo la trama de la sociedad en la que vive, y en la que dará creación, aprendizaje, conservación e impronta propia y característica a un cuerpo de conductas que luego llamaremos costumbres, a fuerza de repetición, aceptación y transmisión, herencia, vivencia, tiempo.
El Antropólogo Cultural se interesa por aprehender, comprender, cada una de las actitudes de los integrantes de un grupo social, de una comunidad, y cómo estas organizaciones de relaciones sociales, familiares, políticas, económicas, pueden variar de un pueblo a otro, y sin embargo, servir a cada uno para lograr su adaptación para la vida. No solamente resulta interesante conocer y analizar desde la investigación del antropólogo cultural, la forma de tejer una red de pesca, la manera y sentido en que el hombre abotona su camisa en Occidente, la narración mítica de la creación del mundo de alguna o todas las culturas.
Al momento de su estudio, el antropólogo cultural puede interiorizarse por un determinado cuerpo de costumbres de un pueblo, o – si se concentra sobre algún aspecto de esa cultura- trasladará su objetivo principal al análisis de la interrelación de ese aspecto con las otras fases de la vida del pueblo.
Para entender la naturaleza esencial de la cultura, debemos tomar en cuenta algunos elementos que indican la universalidad de la misma, en la experiencia del hombre. A pesar de ello, cada manifestación local o regional de la cultura es única. Más aún, a pesar de su estabilidad, la cultura es dinámica y manifiesta contínuo y constante cambio. Por otra parte, determina de manera amplia y completa el devenir de la vida del hombre, sin que se manifieste de manera consciente.*
Del estudio de la relación del hombre con su hábitat, se derivan los estudios del modo en que un pueblo vive, donde modela cada etapa de su vida, y la configuración que a partir de ésto dará como resultado, su cultura. El ambiente natural de una cultura no sólo establece el escenario para la cultura, sino que determina la acción que se desarrolla en ese escenario. Conviene entonces tener en cuenta la importancia de la flexibilidad que el hábitat permite a las instituciones culturales, y la manera en que se desenvuelven la totalidad de las características del hombre en relación directa o indirecta con el medio.
Sin embargo, las diversas actividades humanas, incluyendo sus manifestaciones del espíritu y su creatividad, no resultan igualmente afectadas por el hábitat. Por consiguiente, todo análisis de esta relación hombre-medio, hombre-hábitat, debe referirse al modo diferente que tienen de responder los diversos aspectos de la cultura al medio natural, evitando así grotescas generalizaciones que no hacen sino afectar a las culturas en su integridad, diluyendo su condición de “otro cultural”.
Al mirar una cultura en su conjunto, se estudia la tecnología y la vida económica; las instituciones sociales, políticas y familiares; la religión y sus sistemas de creencias; el folklore, la lingüística, el arte.
A partir de este análisis, no se limita a analizar cada uno de los aspectos antes mencionados para distinguirlos de los demás. Al contrario, se los considera formando un sistema, una forma, un modo de ser del hombre que actúa en comunidad, que adapta el pueblo a su medio, y con ello su especial, único e irrepetible patrón de comportamiento en sus acciones cotidianas.
La Antropología Cultural tiene afinidades más amplias con otras disciplinas que cualquier otra rama de la Ciencia Antropológica. Como trata de la creación del hombre, de las obras del hombre, en toda su magnitud, todas sus investigaciones se proyectan sobre el fondo de la cultura total.
En lo cotidiano, hombres y mujeres se mueven en la vida, en su vida, de un aspecto de sus vidas a otro, sin darse cuenta en absoluto del análisis y la independencia con que el antropólogo separa estos aspectos para los fines de sus estudios.
Cada miembro de la sociedad necesita adquirir una fracción, una porción del total de la cultura en la que vive y de la que tiene necesidad, para crearse una posición en la vida de la comunidad. Las limitaciones que tiene el contenido posible de una cultura son las facultades combinadas para aprender, que poseen los individuos cuyo conjunto compone la correspondiente sociedad. No interesa cuán rica y compleja sea una cultura: siempre hay espacio para nuevas adquisiciones y manifestaciones.*
Parecería bastante seguro que las condiciones observadas con respecto a los tipos psicológicos no pueden explicarse completamente sobre la base de las influencias culturales. Podría hacerse sobre la base de estas influencias funcionando en combinación con las cualidades constitutivas del individuo, o con sus relaciones interpersonales y sociales.
La personalidad del individuo, al igual que las culturas, derivan sus cualidades de la interacción de múltiples y variados factores, y podríamos decir –sin temor a equivocarnos- que cualquiera de estos variados factores puede ejercer una influencia dominante en todas las circunstancias.
El lenguaje y la vida social organizada, suministraron al hombre algunos instrumentos para la transmisión y conservación pasiva de culturas de cualquier complejidad. La vida social ha contribuído a aportar una herencia más rica, y esta herencia social deviene en la cultura que hace adaptar el individuo a su lugar, dentro de la sociedad.
En el campo del arte, más precisamente, los especialistas se afanan en buscar el conocimiento más amplio de toda clase de expresión estética entre los diferentes pueblos de la tierra.
El rol social del arte ha pasado a primer plano desde años atrás, descubriendo y tratando de explicar el simbolismo de las piezas de arte primitivas, buscando el significado y la integración de las manifestaciones de las culturas que las producen, internándose en la importancia que representa para el pueblo que les da vida, qué impulsos actúan sobre el artista y cuál es la función que ejerce el arte en la sociedad en que se desenvuelve.
El perfeccionamiento de las herramientas, la adopción de la caza organizada y de las prácticas de recolección, los comienzos de organización de la familia, el descubrimiento del fuego y lo que es más importante, aunque resulta todavía extremadamente difícil rastrearlo en toda su complejidad, el hecho de valerse cada vez más de sistemas de símbolos significativos, como el lenguaje, el arte, el mito, el ritual, en su orientación, comunicación y dominio de sí mismo fueron factores que enmarcaron al hombre en un nuevo ambiente, que a la vez que lo contuvo, hizo que se adaptara a él. Al decir de Clifford Geertz, ...”de manera literal, aunque absolutamente inadvertida, el hombre se creó a sí mismo” .**
En la constante búsqueda del antropólogo por encontrar la herencia cultural del hombre, en la abigarrada soledad que acompaña sus cavilaciones, el camino pasa a través de una espantosa complejidad...
De las artes y las creaciones del espíritu.
La innumerable variedad y calidad de formas que expresan la belleza, surgidas de la imaginación creadora del hombre, proporciona una de las más profundas gratificaciones que él mismo conoce.
Desde una actitud estética, podremos captar en las manifestaciones propias de cada cultura, el verdadero placer del trabajo de la mente en íntima comunión con el espíritu creador.
El arte es una parte de la vida, y no puede separarse de ella. Dondequiera que esté en juego el impulso creador, se encuentran individuos que sobresalen y aquéllos que no recibieron nunca el soplo de la inspiración artística, el virtuosismo, el dominio supremo de las técnicas, cualquiera sea la manifestación de la creación de que se trate.
Desde el más amplio sentido, el arte debe ser considerado como el embellecimiento de la vida cotidiana. La más profunda inspiración, el verbo conjugado en cada impronta, la sensibilidad puesta a vibrar en cada fibra del hombre en cuanto hombre, creación artística también él, en la maravillosa y mágica creación del Universo.
No trataremos aquí las diferentes manifestaciones de la creación artística, única e irreversible concreción del hombre. No nos internaremos en las investigaciones de los diferentes períodos, escuelas, tendencias y todo otro estudio del desarrollo de las formas de arte.
Sin embargo, no podemos dejar de ver en los primitivos grabados y dibujos murales de las cuevas del centro de Europa, que el realismo puesto de manifiesto no tenía otra limitación que la incapacidad técnica para sugerir la profundidad. El modo de tratar las figuras especialmente de perfil, así como el problema no resuelto que ofrece al análisis, la necesidad de dibujar las cuatro patas del animal, deja al descubierto otra vez, más bien una incapacidad técnica que la necesidad de obtener una representación realista.
Del análisis y la lectura de los diferentes períodos por los que se desarrolló el arte, sea desde el paleolítico europeo a la más próxima realidad actual, nos damos cuenta de qué manera y en qué profundidad, cuán persistentes pueden ser los elementos estilísticos en relación o en comparación con las formas de arte de una cultura diferente.
La vida creadora, la creatividad propiamente dicha, se halla fuera de la influencia de la cultura. Sin embargo, la vida creadora no se halla fuera de la influencia de la experiencia en la cultura. En toda sociedad, el artista es el experimentador, el renovador, el rebelde. Aunque, es innovador solamente dentro de los límites que se imponen a su ex experiencia creadora, y en su experimentación, está influído por factores que, de manera inconsciente, lo guían en su experiencia creadora, como son guiados todos los aspectos de la vida de todos los hombres de todas las culturas.
En arte, como en toda la cultura, los patrones estilísticos preexistentes son los que impiden que los cambios se produzcan al azar; el investigador, por su parte, puede trazar las líneas invisibles donde ensartar los cambios que se van produciendo a través de los tiempos y las motivaciones.
Cualquiera sea el virtuosismo o el talento de un artista, su capacidad creadora se expresará irremediablemente dentro o según las líneas trazadas por el estilo del arte establecido en su cultura. Es la maestría suprema en la técnica utilizada por cada emergente de cualquier cultura, lo que le permite jugar con ella, con los materiales, los colores, el diseño, la forma; Cronos y cromos, todas las representaciones, figura- forma, potencia- acto, actor.
Entonces, en todas las sociedades los impulsos estéticos encuentran su expresión de acuerdo con los patrones de belleza determinados por las tradiciones de su pueblo. Desde la esencial impronta de belleza, ningún arte es casual, incipiente, inconsistente. Es expresión del deseo de belleza que encuentra su cauce en el derroche cotidiano de virtuosismo técnico en los objetos de uso cotidiano, y en los más elevados soplos de arte puro.
Es demostración del deseo de belleza expresado en la aplicación de la destreza técnica, a través de las formas que reflejan las percepciones y los canales de expresión de la imaginación de los miembros de cada sociedad, imbuídos –a veces- en la diacronía del soplo creativo.
De la creatividad, el arte y la cotidianeidad
Esta cierta tendencia de la gente, de estudiar los conceptos antropológicos desde una óptica que hace pie en el pasado más remoto, y en las manifestaciones de los pueblos ágrafos, arrinconados o dispersos en el más antiguo de los mundos, obliga a reflexionar acerca de qué ocurre con nuestra creatividad, nuestra más pura expresión o manifestación artística, y nuestra cotidianeidad.
Sin lugar a dudas, esto es un síntoma elemental en cualquier estudio de comunidad que nos planteemos. Síntoma de la necesidad –acaso- de poner en el afuera de nuestro discurso toda una interioridad que –quién sabe por qué- no nos animamos a reflejar.
Es acaso la competitividad lo que nos aleja de la producción genuina?
La ausencia de modelos válidos, de referentes sumergidos en la hipocresía, es lo que agobia nuestra manifestación artística empujándola hacia abismos de profundidades inescrutables?
Sin miedo a las reiteraciones, es necesario hacer pie en éste inconmensurable dique de aguas inconvenientemente profundas, en el pozo negro que sugiere la carencia de sencillez y sensatez a la hora de dejar plasmar en las creaciones todo el caudal irrefrenable de la creatividad del hombre de los últimos años de este siglo.
La falta de compromiso es una carencia imperdonable en este hábitat cultural de pobreza y de miseria aún en las manifestaciones del arte. La falta de amor que nos embarga, parecería ser el principal motor que filtra aún hasta el menor atisbo de belleza en los rostros de la gente, aquí donde antropológicamente es sano confundir en las terminologías, pueblo, gente, sociedad, nación, estado; comunidad, contenido, continente; hogar, familia, célula, sentido, sentimiento.
Y en este desgranar los términos del lenguaje, tan empobrecido como las manifestaciones del arte de éstos tiempos, volvemos a hilvanar las cuentas de la historia de los pueblos, descriptos maravillosamente por cada autor en sus investigaciones, pero carente también allí de este espíritu inquieto, cual duendecillo de cuento de hadas, que necesariamente hubo de haber sobrevolado en el corazón de los pueblos, en el espíritu de todas las colmenas, intentando ensartar el amor latente, en el latido de sístole y diástole de cada necesidad de crear, recorriendo la fibra del cuerpo del hombre de todos los tiempos.
Porque, necesariamente, desde los orígenes de todos los hombres, y más allá de las redacciones y pinceles y paletas de todos los autores, con una fuerza innegable y contundente, no pudo haber belleza, creación artística, arte, en cualesquiera hayan sido sus manifestaciones, donde no pudiera estar presente el amor.
Hablamos de sentido, de sentimiento, de creación, de creatividad, términos acuñados por los lenguajes de todos las culturas. Y, sin embargo, estamos culturalmente dibujados, antropológicamente programados, para hablar desde la más profunda de todas las expresiones academicistas, en términos consensuados, articulados, determinados por la corriente cultural, donde casi no hay lugar para la expresión del sentimiento.
No es –acaso- también esto, una expresión del espíritu, aún del más elemental y primario de todos los hombres?
Dónde queda la pasión en todo esto?
Dónde ponemos el afecto, el sentir, el sentimiento?
Dónde colocamos las motivaciones personales en cada uno de los actores, de cada una de las sociedades contenedoras, generadoras y modeladoras de hombres, argumentos, creaciones, arte?
Desde épocas muy remotas, los artistas adoptaron la costumbre de hablar por medio de sus obras. Si repasamos la historia del arte, a través de cualquiera de sus manifestaciones podríamos recorrer la historia de la humanidad.
En todos los casos, las obras demuestran un mundo propio que es coherente con los personajes, inseparables de la pintura, las letras, la música.
A través de cualquiera de ellas, también podremos analizar la vida cotidiana, las expresiones de urgencia o paz en los colores, el grito exhultante de alegría o de dolor en los acordes, las letras más comprometidas invocando a la belleza, el amor, la Creación.
Sin embargo, aparecen ciertas constantes, esto es la de toda expresión artística humana, actual, primordial, descubierta cada día a partir de la concreción artística del hombre trabajando sobre sí mismo, tratando de arrancar de su inmemoriable civilización anterior e interior, y de allí en más, conceptualizando acaso los legítimos elementos de los que partió la estética. El bien y el mal, lo bueno y lo malo. Formas y colores que se originaron en un revuelo interior categorizando las verdaderas manifestaciones artísticas y estéticas en un código que exige ser descifrado.
No podemos saber, sin embargo, cómo se entremezclaron entonces, se confunden o mimetizan aún hoy y cada día, las expresiones en el receptor, tan poco preparado para recibir, no sólo amor. Por desgracia, a menudo estamos condenados a resultar meros espectadores venidos de muy lejos, de demasiado lejos, atrás en el tiempo y las interprertaciones; y a partir de allí, la compulsiva confusión de la belleza, la armonía, el despertar al grito atávico de la inspiración, si no la inexplicable fuerza interior en la explosión estética del artista de todos los tiempos, en cualquier lugar.
La estética, la armonía de las formas, la belleza, el color. Aún hoy en las creaciones. Ahora y siempre en la magnífica concreción de la vida llevando la mano del que puede, sabe y quiere perpetuarse y pertenecer.
SAN LUIS, julio de 1998.-
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
* READ, HERBERT: Educación por el arte, Paidós, Buenos Aires, 1969
· HERSKOVITS, MELVILLE J.: El hombre y sus obras, Fondo de Cultura Económica, México, 1973
· BOUNOURE, VINCENT: Pintura americana, Aguilar, Madrid, 1969
· BLOOM, ALLAN: La decadencia de la cultura, Emecé, Buenos Aires, 1986
· LINTON, RALPH: Estudio del hombre, Fondo de Cultura Económica, México, 1972
· GEERTZ, CLIFFORD: La interpretación de las culturas, Gedisa Editorial, México, 1973
* Antropóloga, miembro del Proyecto de Investigación de SCEyT nro. 4-1-9301 “Nuevas Tendencias Epistemológicas: Su impacto en las Ciencias Humanas”, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de San Luis.
*Herskovits, Melville J., El hombre y sus obras, Fondo de Cultura Económica, México, 1973
* Linton, Ralph: Estudio del Hombre, Fondo de Cultura Económica, México, 1972
** Geertz, Clifford: La interpretación de las culturas, Gedisa Editorial, México, 1987
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