miércoles, 24 de febrero de 2016

de grises tristes

DE GRISES TRISTES

Qué gris oscuro está este nuevo día,
qué gris y humo y frío y hojarasca;
el gris otoño desparramó sus brazos,
pintando todo de gris melancolía.

Volví mis ojos a la pobreza oscura,
el hambre audaz, el frío y la amargura
del niño pobre, la mano tan vacía
del hombre solo que lucha por la vida.

El día gris me resolvió la duda
que cierne en mi alma resorte de alegría
por estar sano, tener las manos puras,
amar a Dios, tener la espalda erguida.

Vencer el tedio, el odio y la mentira,
salir a flote en esta mar oscura
de gris miseria, acuosa y atrevida,
llanto del alma con las entrañas duras.



con ritmo de malambo

CON RITMO DE MALAMBO

Salí junto a ti
para allá
y sin más pensar
me encontré en el mar.
Las olas que vienen
las olas que van
mirando volar
las gaviotas pasar
cantando a la vida
el sol saludar
La arena se pega
en mi caminar
Con las caracolas
Alfonsina está
juntando madréporas
del fondo del mar.
Algún pez espada
la miró pasar
llevaba en su pelo
algas y coral,
maraña de espuma,
sonrisa de sal,
encajes de algas
salobres del mar,
puntillas de arena
que en la playa están.
Las olas que vienen,
las olas que van
me llevan de aquí para allá,
arrullo dormido
cunita de sal.
El sol se ha dormido
y en la playa está.


y estoy aquí


Y estoy aquí, otra vez, pensándote.
Sabiendo que está de más. Que no interesa tu sentencia.
Ya está resuelto.
Sin embargo, vacía quedo sin saber de tu presencia.
Porque no hubo preguntas ni requiebros.
Porque la suerte estaba echada.
Y fuiste vos, porque tuviste que serlo.
Como hubiera seguido no-siéndolo por mucho tiempo.
Y el carisma de mi esencia seguiría por romanza.
Por teorema.
Por costumbre de no asumir la circunstancia de cambiar
el estado corpóreo,
de la equidistancia pendular,
del mismo círculo envenenado porque sí.
Y cambiar -cambiando-nada.
Y reír, sintiendo la espalda mancillada de reproches.
Que     quedaron atrás,
que nunca hubieron.
Que no sentí sino alegría de saberlo yerto.
Compartido en la penumbra de mi mente.
Gris y sol.
Aguilas y anguilas cerniéndose en el alba.
                                         27/III/75


partida de domingo


Mi padre
mi pueblo
el tren del domingo
un brazo en saludo
hasta el próximo
beso.
Mi madre
ocultando
tristeza y angustia
de soles y lluvia
en cada partida
esperando
el regreso.
Estaciones en marcha
de postales de invierno
teñidas de herrumbre
mojadas de sol.
Y el viento
trayendo
dejando
llevando
el olor del pueblo
la marca en la sangre
la huella en el viento.
De pertenencia y no.
Por sufrimiento y no.
Por dejarlo
todo
en cada partida.
Por llevarse
algo
que no puede quedar.
El sentirse
dueño
patrón
heredero
descendiente
desertor.
Ladrón de alegrías
por el propio yo.
Y ver que se aleja,            
se esconde
en un punto
la imagen que queda
prendida
al adiós.
Como quedan
muertas
en cada partida
las palabras
la gente
el pueblo
mis padres
mi abuela
llorando
y el tren
tras el sol.-
              31-VIII-75


tengo ganas

Tengo ganas
de quedarme inmóvil
contemplando el mundo
desde algún lugar.
París, California,
Marbella, La Quiaca,
Sarmiento, Las Parvas,
Rusia o Senegal.
Oir de repente la voz de mi hijo
gritando ¡Mamá!
Volver del recuerdo con alma de alondra.
Asir en el viento
perfume de albahacas,
ruidos de marsupias,
rumor de hojarasca pisada con pausa,
sendero de plátano de ocre otoñal.
Mirar a lo lejos
que llueve en el monte;
se pierde en silencio el olor en el aire,
la gota en la tierra,
la savia en el brote,
el rubor en la brisa,
la mirada en el hombre,
las ganas de todo y la nada en el borde.
Abismos de dudas,
preguntas sin rumbo,
silencios y noches,
mañanas sin nombres.
Naturaleza muerta en las retinas,
paisajes desteñidos de añoranza.
Querer decirlo todo en la mirada,
vagar como un autómata entre niebla
y fantasmas cuchicheantes, y nudos y
gargantas.
Sonrisa que se vuela por los ojos,
palabras que no saben adularla.
Sabor a conocido entre los párpados
que el sueño traiciona en madrugadas.
El canto de sirenas en las almas,
voces ignotas de alabanza.
Buscar incontenida las respuestas

sabiendo que -quién sabe?- no hay palabras.-

treinta y dos

TREINTA  DOS



Te fuiste.
Y yo te dejé ir.
Era inevitable.
Bajo la lluvia intermitente
de este otoño,
que penetra hasta el ocaso
de mi fibra.
Caminé.
Con paso lento,
rumbo incierto.
Hasta que la realidad de mi estructura
dijo basta.
Y el misterio
desentrañable
de mi vida,
tuvo otro sabor.
El del olvido.
El de un mañana nuevo.
Y la página treinta y dos
de mi memoria,
se perdió
en el viento.-





no se por qué

NO SE POR QUÉ

No se por qué quise escribirte. Aún sabiendo que no debo. Aún sabiendo una vez más que esto es pecado. Pero lo necesito. Porque de repente, me acordé de vos. De una tarde anocheciendo, de ésos días que se confunden con los de ahora, allí, cuando marzo y setiembre se mezclan con el tiempo, con las plantas, con el aire templándose o casi frío de esa sinfonía inconclusa del otoño o primavera, o la vida y la muerte. O algo así, o al revés.
Porque fijate... pasó todo al revés. yo estoy viva, en este setiembre que te mató, que estranguló tu vida porque ya estaba derretida la escarcha del invierno.
Porque apenas nació la primavera, como esa vez (te acordás?) cuando me ayudaste a ser felíz por un momento, en un cántico de primavera en que los dos festejábamos algo.
Por qué, si el otoño es muerte, si Marzo lo estrangula con la desnudez del alma, por qué te conocí en Marzo, dando comienzo a la vida?
Y una vez más, por qué tuviste que morir en primavera, si ella misma representa la existencia?
Nunca entendí.
Y sin embargo, de tanto pensarte, de tanto obligarte a estar vivo (porque vos no podías morirte), de puro traerte a mí para reclamar la explicación que no me diste nunca, que me quedé esperando para siempre, estranguló hoy el siempre para decirte adiós de una sola vez, para siempre.
Porque hasta ahora no pude decirte chau.
Porque el chau simplista que dijiste formular con desprecio, no te lo había dicho antes, por respeto a tu muerte prematura; por temor a estar vengando tu silencio.
Pero ahora, vi la luz en mi denuedo.
Por eso quise escribirte.
Aunque después, doblado en flor, lo repose en tu tumba para siempre.
Aunque, así no más, deshaga para siempre el nudo de la duda y te grite, así, aunque no puedas escucharme, que como el niño del limbo, tu presencia no tuvo cronología más confusa que la del tiempo muerto.
Porque naciste muerto en el destino.
Porque, como el otoño, Marzo muere. Marzo nace para matar las flores, para morir los niños, para arrancar las hojas.
Y vos le arrancaste tres otoños que lucharon con desenfreno por florecer de nuevo, pero hubo de nacer la primavera, para llevar el frío y darme lo verdadero.
Porque sólo con la muerte de la escarcha regresan las golondrinas.
12/IX/72.