TRISTEZA POR BAGRE
Por
qué este chocar real de la mente enardecida?
Por
qué no resignarse al fin, a la cruenta verdad que se encarniza?
Y
este nudo de lágrimas vertidas en el cauce terrible de la hazaña; este manojo
de horas sin palabras, esperando una playa de olas mancilladas…
Esa
vidriera robada de sonrisas, de saludos entre manos al pasar, de charlas con
música de amigos de verdad…
Esa
calle que ya no te verá más. Nunca más
Pero
si te he visto anoche en el mismo lugar… si me miraste sonriente, te acordás?
Bagre…
por qué llamaste por ella?
Por
qué el último renacuajo de tu corazón partido saltó de tu entraña con ese
clamor inconsciente (o sensato, quizá) de nombrarla en cada grito para
encontrarla más tarde en el reposo del guerrero de tu vida?
No
era ese recuerdo un volver a una inocencia que habías escondido por milagro en
el olvido del pasado, y solo la muerte del caudillo te trajo el otro liderazgo?
El del hijo bueno, corazón de barro, que jugó escondidas en el patio de la
noche que te quitó de las manos esos regalos… esos regalos de sueños que traían
los Reyes Magos…
Qué
malos fueron con vos…! A todos traían juguetes, y a vos te quitaron una reina
de las manos. Por eso tu rencor se desmenuza en las garras de la injusticia
terrena, que te empeñaste en que fuera eterna…
Porque
para vos no había otro jardín en el cielo, ni flores blancas de azahar… (no te
gustan? – No hacen la felicidad).
Qué
banal te era todo!
Qué
pocas ganas de amar… la naturaleza, las flores del campo, los pájaros bobos y
el ruido del mar…
Pobre
bagre.
Pobre
ilusión sin final.
Pobre
cielo sin luna en las noches de tu deambular.
Hasta
los treinta vivías… después… ya se verá.
Decime…
vieron tus manos la dulzura de un feliz mirar?
Esa
capacidad de ternura, ese morirte por ni siquiera amar…
Amaste
alguna vez, de verdad?
Contámelo.
Yo ya no te quería más.
No
podés dañarme con tu realidad.
No
tengas cuidado.
No
importa llorar cuando se quiso de verdad…
Te
juro.
No
importa.
Y eso
es lo que duele más.
Podrán
soportar un desprecio?
Ni
aún estando muerto olvidarás su dulce acariciar, ni aún con el olvido perpetuo
olvidarás a la guardiana de tu primer caminar.
Los
defraudaste con tu póstumo susurro lastimero llamando a tu mamá…
Ni
aún poniendo flores en la alforja de llanto solaz le llevaron el apunte a lo
que quedara de tu voluntad.
Pediste
la tierra madre, que tapara tu pútrido afán.
Y, ni
aún estando muerto, pudieron verte llorar.
Ya
nunca te verán,
Pobre
bagre…
Ésa
fue tu realidad.
9/XI/71
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