POR VOS, TRISTEZA
Es
tarde. Tarde en la soledad de este último sol de febrero, apenas tibio de otoño
adelantado.
Tarde en la fugaz esencia de
resplandores que acarician mi recuerdo que aún te espera.
A qué engañarme. Una hormiga
desorientada camina sobre el borde de mi blusa, y yo –pobre y triste yo que aún
te piensa- imagino la punta de tus dedos recorriendo esa pendiente hacia el
abismo de mi seno. Toda una geografía de bordes y silencios acompañados por tu
noble insistencia de acallada premura.
Por qué te fuiste, será la duda eterna
que me repita en eternidad de amaneceres nombrándote en la espera.
Por qué temiste, si acaso disfrutabas
de tu ego enaltecido por sensaciones nuevas.
Por qué dejaste que creyera en unos
ojos profundos que taladraron mi angustia de la peor manera: la de tu incierta
presencia en las esquinas de mi mente cada vez que te pensé con fuerza, con ganas de tenerte y que me
tengas como quizá ninguno de los dos
había podido nunca imaginar un clamor desesperado de dos cuerpos brindándose al
afecto de tu piel y mi piel entrecortadas de susurros.
Ahora, cuando desde la luz de mi
ventana veo que ya no llegas, miro para adentro lentamente, para sólo ver el
laberinto de tu mente acomplejada de emociones simples, mientras por fuera de
tus límites de espacio y tiempo, la distancia se acrecienta a cada rato un poco
más.
Ahora, mientras juego con la hormiga
de tus dedos que no supieron siquiera encaminar una caricia, un nudo
atolondrado de angustia y ansiedades se retuerce en mi garganta con dolor.
Siento la amargura de una lágrima
llorada para adentro, por lo que pudo ser.
Siento la desazón mordiéndome el alma
sin permitirme olvidar lo que sentí de pronto, tan de golpe como tu mirada
sedienta de ternura arrullándome en silencio, mientras el vuelo de todas las
gaviotas enmarañadas en el borde de tus ojos me acompañó tantas veces,
contándome de tu inseguridad, de tus
anhelos inconfesados, de la sorpresa increíble de esta vida que de pronto te
dijo que valías algo más que tu estampa presumida.
Siento el rumor suave de tus manos
apenas abrazando mi cintura, sin demasiada fuerza, acaso temiendo quebrar el
cristal de mi risa que se hizo joven y anhelante y libertina tan sólo por reír
con vos.
Siento absolutamente toda mi
desilusión a cuestas en este último día de febrero que me ha dejado con las
manos vacías de vos y de tu piel, con los ojos vacíos de tus ojos sin tu mirada,
con la piel sedienta y resquebrajada por todo lo que pudimos acariciar
no sólo con la mirada, no sólo con tus palabras, no sólo con nada.
Siento una profunda tristeza por mi
descreída y anhelante necesidad de vos, ya no sé por qué.
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