miércoles, 24 de febrero de 2016

por vos

POR VOS, TRISTEZA


Es tarde. Tarde en la soledad de este último sol de febrero, apenas tibio de otoño adelantado.

Tarde en la fugaz esencia de resplandores que acarician mi recuerdo que aún te espera.

A qué engañarme. Una hormiga desorientada camina sobre el borde de mi blusa, y yo –pobre y triste yo que aún te piensa- imagino la punta de tus dedos recorriendo esa pendiente hacia el abismo de mi seno. Toda una geografía de bordes y silencios acompañados por tu noble insistencia de acallada premura.

Por qué te fuiste, será la duda eterna que me repita en eternidad de amaneceres nombrándote en la espera.

Por qué temiste, si acaso disfrutabas de tu ego enaltecido por sensaciones nuevas.

Por qué dejaste que creyera en unos ojos profundos que taladraron mi angustia de la peor manera: la de tu incierta presencia en las esquinas de mi mente cada vez que te pensé con  fuerza, con ganas de tenerte y que me tengas  como quizá ninguno de los dos había podido nunca imaginar un clamor desesperado de dos cuerpos brindándose al afecto de tu piel y mi piel entrecortadas de susurros.

Ahora, cuando desde la luz de mi ventana veo que ya no llegas, miro para adentro lentamente, para sólo ver el laberinto de tu mente acomplejada de emociones simples, mientras por fuera de tus límites de espacio y tiempo, la distancia se acrecienta a cada rato un poco más.

Ahora, mientras juego con la hormiga de tus dedos que no supieron siquiera encaminar una caricia, un nudo atolondrado de angustia y ansiedades se retuerce en mi garganta con dolor.

Siento la amargura de una lágrima llorada para adentro, por lo que pudo ser.

Siento la desazón mordiéndome el alma sin permitirme olvidar lo que sentí de pronto, tan de golpe como tu mirada sedienta de ternura arrullándome en silencio, mientras el vuelo de todas las gaviotas enmarañadas en el borde de tus ojos me acompañó tantas veces, contándome de tu inseguridad, de  tus anhelos inconfesados, de la sorpresa increíble de esta vida que de pronto te dijo que valías algo más que tu estampa presumida.

Siento el rumor suave de tus manos apenas abrazando mi cintura, sin demasiada fuerza, acaso temiendo quebrar el cristal de mi risa que se hizo joven y anhelante y libertina tan sólo por reír con vos.



Siento absolutamente toda mi desilusión a cuestas en este último día de febrero que me ha dejado con las manos vacías de vos y de tu piel, con los ojos vacíos de tus ojos sin tu  mirada,  con la piel sedienta y resquebrajada por todo lo que pudimos acariciar no sólo con la mirada, no sólo con tus palabras, no sólo con nada.

Siento una profunda tristeza por mi descreída y anhelante necesidad de vos, ya no sé por qué.



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